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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

miércoles, 27 de febrero de 2008

Todavía algunas veces huele a sangre

Todavía algunas veces huele a sangre y aún así no había querido lavarse las manos. A veces cortando queso en taquitos para echar en la ensalada, estando como en trance, se llevaba las manos a la nariz y se las olía.
—Sí —decía para sí mismo—. Todavía huelen a sangre.
Luego continuaba con lo que estaba haciendo.
A su alrededor la gente se acostumbró a lo que hacía. Y le dejaban. Pensaban que le hacía feliz.
Sólo el día en que cogió por primera vez a su hija en brazos fue diferente. Al dejarla en la cuna y olerse las manos rompió a llorar.

domingo, 24 de febrero de 2008

Amor bacteriano

Pienso regalarte mis péptidoglicanos. Pero sólo si me quieres. ¿Lo haces?

viernes, 22 de febrero de 2008

Todavía

Todavía algunas veces huele a sangre.
—Te quiero —le digo cuando esas noches de luna llena llega tarde, casi al alba. Él se tumba a mi lado con un gruñido. Esos días no me habla, me evita deliberadamente y aún así le espero despierta hasta que aparece al amanecer, cansado y rugiendo. Oliendo a sangre.
—Te quiero —insisto.
Pero él me aparta con excusas.
—No —dice— No, cariño.
Por eso he decidido que mañana le seguiré hasta el parque donde va a buscarlas (¡a esas jovencitas golfas!).
Voy a seguirle y no dejaré que sepa que soy yo. No hasta que por fin me haya mordido.

Ganador en el concruso Relatos en Cadena de Escuela de Escritura y Cadena SER Se puede leer AQUÍ


jueves, 21 de febrero de 2008

Burn it up

Y si alguien pregunta:
—¿Dónde estarás esta tarde?
Otro podría responder:
—Lo siento, hoy sólo haré una cosa. Quemaré libros de Harry Potter.

lunes, 18 de febrero de 2008

Me dijo que me dejaba por otra

Me dijo que me dejaba por otra.
—¿Por quien? —pregunté yo.
Él cogió aire.
Me miró despacio.
Luego se tocó el cuello como cada vez que estaba nervioso, como la vez en la que me propuso viajar hasta aquella ciudad.
—Me voy con Barcelona —me dijo con ojos tristes— ¿Lo siento?

jueves, 14 de febrero de 2008

Cómo ocurren las cosas (o el lugar de dónde vienen)

Para Hank que preguntó

Una muchedumbre le grita al escritor. Están parados delante de su casa —el tercer piso de un edificio blanco, muy blanco— y gritan con enfado hacia las ventanas cerradas. Algunos tiran piedras.
—¿Cómo se te ocurren estas cosas? —gritan.
El escritor sale a la terraza. Él —seguro que sí— preferiría que no se lo preguntaran. No le gustan las multitudes. Prefiere las personas.
—¿De dónde vienen? —la multitud sigue gritando.
El escritor se rinde. Será mejor que se lo diga, piensa. Suspira, mira las caras que esperan conteniendo la respiración allí abajo, esperando que hable. Que él les hable.
—Pues el truco —empieza dubitativo—, el truco es salir por las mañanas temprano a coleccionar saltamontes.
Mira hacia abajo. Sabe que diga lo que diga no le creerán pero aún así le escuchan, quieren saber.
—¿Cómo se le ocurren estas cosas? —dicen, pero es apenas un susurro.
—Aunque un amigo —continúa el escritor— dice que no, que el truco está en que lo que hay que coleccionar no son saltamontes sino rabos de lagartija.
Entre la multitud, sólo se oyen las respiraciones pausadas de quienes escuchan de verdad.
—Y un tercero piensa que en absoluto es ninguna de estas cosas. Me dice que lo que hay que coleccionar son esos trozos de vaquero que se rompen de los pantalones de las adolescentes los viernes por la tarde.
La muchedumbre, ahí abajo, se agita nerviosa.
—¡Habrase visto cosa igual!— decían algunos—. ¡Miente! ¡Miente! ¡Es seguro que lo hace!
Pero otros se lanzaban miradas furtivas y —el escritor estaba seguro— ese viernes saldrían a recolectar trocitos de tela azul enganchados en los salientes de las baldosas de las aceras o en alguna valla baja. Esto le hizo sonreír.
Incluso llegó a pensar que no sería mala idea sacar la colección de saltamontes del desván. Quitarles el polvo un poco quizás y, si el tiempo era propicio, salir a la mañana siguiente. Puede que encontrara uno de aquellos difíciles de ver, uno de esos saltamontes que cualquier coleccionista se pasa la vida buscando.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Lo que pensaba

—Venga, niño. Dímelo de una vez.
—¿El qué?
—Eso, lo que pensabas.
Durante unos segundos sólo la mira. Luego le dice:
—Creo que tiendes al borde.

viernes, 8 de febrero de 2008

Soldaditos

Desfilaban despacio, los soldados. Un dos, un dos, los soldados. Hacia la bolsa negra, los soldados. Un dos, un dos. Miraban a mamá, los soldados. Un dos, desfilando hacia la bolsa negra, los soldados, un dos. Llovía. Un dos, un dos. Hacia la bolsa negra. Llovía. En la bolsa negra, los soldados. Con los papeles, con el resto de papeles, los soldados. Ahí van. Ahí vamos, soldados. Miramos a mamá, los soldados, nosotros. Un dos, un dos. Desfilamos. Mamá, desfilamos. Un dos. Mamá. Déjanos quedarnos. Un dos, un dos. En la bolsa negra, un dos, con el resto de la basura, los soldados. Ahí vamos, mamá. Los soldados, un dos, un dos. No más juguetes, soldados. Hemos crecido, mamá.

martes, 5 de febrero de 2008

Maaaaau

No pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando.
—Pero te queda tan bien ese canario nocturno en el hombro...
—¿Vendrás conmigo a sembrar piñones?
—Sólo si me prometes que maullarás bajito.
—¿De veras te gusta mi canario?
—Tanto como cuando matamos la cebra que trajiste a casa. ¿Recuerdas?
—El imbécil estaba mirando
—Olvida al imbécil.
—Me miraba…
—¿Maullarás bajito?
—Sí ¿Cuánto me quieres?
—Te quiero cuando maúllas bajito.
—Aún así tendremos que sembrar los piñones.
—Lo sé. El imbécil nos mirará.
—¿Mau? Mau, mauuu...

lunes, 4 de febrero de 2008

Escalofríos

Ahora ya nadie regala escalofríos.

sábado, 2 de febrero de 2008

No es buena idea

—A veces, llevar un montón de pollitos amarillos en el bolsillo de la chaqueta no es buena idea.
—Tampoco lo sería llevar una bolsa de agua con peces de colores —le dice alguien que pasa a su lado.
—Seguramente no —contesta y se encoge de hombros—. Seguramente no lo sería.

viernes, 1 de febrero de 2008

Turipilepa...

No pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando. Yo era un rotulador verde y quería hacerlo, de veras, por ver la sonrisa de mi chico mirándome embelesado.
—¡Turipilepa! —mi chico me apuntaba con la varita.
Sentí el cosquilleo. “Quieta” me dije. “Aguanta” ¡Oh! y sí, el capullo de la fila de atrás me seguía clavando los ojos por todo el cuerpo.
—¡Turipilepa! —decía cada vez más fuerte mi chico.
¡Qué guapo era! Que ganas… y el otro allí, mirándome como si no le importara nada más.
—¡Turipilepa!¡Turipilepa!
No me moví y mi chico acabó por cambiarme por la ególatra del rotulador azul. Y ella se esforzaría, sí. Sólo espero que el imbécil la esté mirando.
Sí.
Mirándola.
Fijamente.