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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

martes, 29 de enero de 2008

Turipilepa

—Turipilepa —susurro agarrando los barrotes de la jaula donde duerme el león.
Mamá mientras tanto le señala los monos a Nacho. Los dos sonrién y no me ven.
—Turipilepa —digo algo más fuerte casi metiendo la nariz entre los barrotes.
Espero a que el león levante un poco la cabeza, a que se ponga de pie y estire las patas.
—¡Turipilepa! —grito cuando empieza a acercarse— ¡Turipilepa, turipilepa! ¡Vamos! ¡Ven!
Entonces me agarran por detrás y yo me sujeto fuerte, todo lo fuerte que puedo a los barrotes de la jaula mientras el león se acerca.
—Turipilepa —digo apenas sin voz porque el hombre que me agarra no me deja respirar.
Trato de arañarle, morderle pero el hombre me sujeta muy fuerte y no me suelta hasta que se asegura de dejarme al lado de mamá que ha avanzado hasta la parte en la que están las jirafas. Mamá me mira, regañándome pero enseguida se vuelve hacia Nacho que le enseña un puñado de hierba a las jirafas. Yo observo alrededor. Unos pasos más allá están los cocodrilos en un pequeño foso. Salto la valla y, con la tripa pegada a la hierba, me deslizo hasta el borde del agua.
Sé que los cocodrilos empezarán a moverse en cuanto los llame.
—Turipilepa —susurro sin miedo—. Turipilepa.

sábado, 26 de enero de 2008

El invento

No funcionó.
Mira con desdén hacia la vaca que rumia en la esquina de su laboratorio.
—No lo entiendo —se repite mientras repasa mentalmente las fórmulas.
Los ministros, la nube de fotógrafos y todo para qué, piensa.
Una alarma le avisa de que es hora de ordeñarla. Se remanga la bata y alcanza uno de los cubos que tiene por el laboratorio. Hacia la mitad, de la leche empiezan a salir sonidos. La quinta de Beethoven para ser exactos.
—¡No, ahora no!—grita—. ¡Cállate!
Pero cada vez va sonando un poco más fuerte.
—¡Cállate! —dice mientras tira la leche por el desagüe—. Cállate, por favor.

miércoles, 23 de enero de 2008

Enero. Febrero

Con una sonrisa, aquel estudiante pelota de la primera fila, se subió a una de las mesas del aula, sacó un mechero y quemó su examen delante de todos nosotros.

viernes, 18 de enero de 2008

Mamá

Y...

Ta ta ta chan. (trompetas)
Prom prom pororororoborm. (tambores)
Ti tirurí tu. (flautín)
Plas (platillos)

II Premio de relato mínimo Diomedea


Una nunca podrá decir lo suficiente el honor que es ganar un concurso como este, pequeñín (de momento) pero del cual sabes el gran valor que tiene. Sí, eso, valor digo y no premio. Porque vale mucho (a mí me ha emocionado más que cualquier otro concurso) saber el cariño, el amor por el cuento que hay detrás de algo así. Vale mucho intuir quienes puede que estén ahí de jurado (y si son los que yo intuyo, creáme, puedo echarme a temblar porque... que hayan escogido el mío —un cuentito así, de una veinteañera pocacosa y todavía aprendiza en esto— es mucho, mucho, mucho). Y lo vale porque muchos otros cuentos merecían el premio, seguro.

Mis felicitaciones al resto, a los finalistas y a los mención especial. El mayor premio es saber que hay tanta gente que todavía ama esto de escribir. Tanta gente que ama el cuento. Mi recomendación: leer los demás cuentos que están en la Bitácora de Sergi Bellver (y también los de la primera edición) y hacer tiempo para ir descubriendo poco a poco cada una de los blogs de los autores, que hay verdaderas joyas.

Gracias.
* * * * * *


—Mamá —digo.
La he atado a la silla, con los ojos vendados, allí en medio de la habitación de los cachivaches. La vacié antes, sí, la habitación. Sólo dejé en la pared aquellos estúpidos platos de porcelana que mamá compraba rotos en el Rastro y que luego unía con miel caliente.
La he atado a la silla, iba diciendo, y me he traído las ratas. Las tengo en los bolsillos. Siete, siete exactas y bullen.
—Mamá —digo.
Gira la cabeza hacia mi voz. Ahora es cuando podría tratar de decir algo, de convencerme ¿de qué? No sé, sólo de convencerme.
Huele las ratas y se estremece.
—Mamá —digo.
Se estremece.
Bajo una rata al suelo. Dejo que corretee. Las esquinas están vacías y vuelve pronto al centro, a la silla, entre las patas, entre sus pies.
—Mamá —digo—. Mamá.

jueves, 17 de enero de 2008

Nuestras tardes del té

Lloraba sobre la tetera. Creo que por eso íbamos siempre a tomar el té allí, en su casa. Era extraño. Incluso fuimos la tarde que murió Elena. Nos reunimos en su casa, como siempre, y ella trajo los tés.
—He llorado sobre la tetera —nos confesó.
Repartió las tazas y fuimos tomando sorbos pequeños mientras Elsa todavía removía con la cuchara.
Hablamos de la nueva sombrerería milanesa que abría al día siguiente en el centro. Decidimos los modelos que compraríamos, y cuales regalaríamos.
Todas alabamos el té, una vez más, como todos los días, antes de irnos.
Elsa se ofreció para comprarle una tetera nueva.
—Conozco una tienda... —empezó a decir.

No tardamos mucho en ir de nuevo a tomar el té. El día del entierro de Elsa. Después de servírnoslo miró largamente a la señorita Irma, nueva en la ciudad, que ese día llevaba una pamela enorme, deliciosa.
—He llorado sobre la tetera —confesó con un gesto dramático.
Bajo la pamela la señorita Irma siguió removiendo su taza. Nosotras hablábamos de la sombrerería y del baile de esa semana.
Antes de irnos, por supuesto, alabamos el té.

miércoles, 16 de enero de 2008

Veinte

Perdí 20 canicas en otoño.
"En 20 días habrás ganado la lotería" me dijo una de las videntes del retiro.
"¡No!"se empeñaban mis primos. Volcaban la caja de rotuladores otra vez y los iban metiendo uno a uno. "No, A. aquí no hay 20."
"Veinte poemas" que decía un poeta. "Y una canción desesperada"
Más de 20 gatos maullando aquella noche.

¿Será que a partir de hoy tengo 20 años?

viernes, 11 de enero de 2008

No desear. Desear

Si el agujero aquella tarde ya tenía el tamaño de un plato de mesa, ¿quién podía decirme que no fuera a ir creciendo cada vez más hasta permitir que cupiera una pelota de fútbol, un ficus amarillento, o uno de esos jarrones funerarios de los museos de Escocia? ¿Quién podía asegurarme que Sara, uno de esos días, no se quebrara en dos al estar perforada como un queso?
Era la hora de tomar decisiones.
No iba a dejar que un agujero gilipollas le cantara a mi mujer.
Así que, mientras tomaba aire y abría la ventana, miré al patio. Y luego me puse a cantar.

MATÍAS CANDEIRA
Un agujero en mitad de mi mujer
La soledad de los ventrílocuos


El agujero del ser. Eso es el deseo.
ÁNGEL ZAPATA
(en clase)

A veces me da por hacer tonterías. Simplemente camino y entro en alguna librería, y no sé porqué pero lo que más deseo en ese momento es ser plana. Acintarme, volverme pequeña y quedar pillada entre uno de esos libros de la estantería. Esperando a que alguien me lleve. Marcando la 175 o la 71. Colgando un poco cuando se acaban las páginas.

* * * * * * *
* * * * * * *
Cada vez me lo planteo más. De verdad. Tengo que dejar de escribir. Lo paso mal, lo paso estúpidamente mal. ¡Es horrible! Créanme, es la pura verdad.
No escribiré más.
Yo no soy escritora.
Esto sólo lo hago por que me da la gana.
No es verdad que necesite hacerlo, que tenga que hacerlo.
Lo he decidido.
Deseo no desear.
No deseo desear.
No.
Pero deseo el deseo.
¡Mierda!

* * * * * * *
[...]Puedo pasarme tardes enteras mirando por la ventana y luego, por la noche, es cuando bajo. Me tumbo en el césped y dejo que las hormigas me correteen por encima de la piel. A veces me duermo y mamá y Diana me encuentran al día siguiente cubierta de hormigas —normalmente son las negras aunque a veces vienen las rojas y los días en los que la tierra huele a lluvia todas tienen alas— y se ponen a gritar. Gritan y gritan que por qué hago eso. Y esos días mamá me encierra en mi habitación y, mientras Diana me vigila, ella se va a llorar al cuarto de baño.[...]
de HORMIGAS
(Verano 2007)

* * * * * * *
—Deseo... deseo...
—Venga, dime, dime qué deseas.
—Pues deseo....
—Por que algo desearás ¿no?
—Sí, sí. Calla. Me desconcentras.
—Dímelo. Dímelo entonces. ¿Qué deseas?
—Creo que no deseo nada.
—¿Nada?
—No. No me entiendes. No es que no desee nada.
—¿Entonces qué es lo que deseas?
—Deseo la nada. Creo. Sí. Eso creo.

* * * * * * *

Quiero pájaros que me miren a los ojos. Quiero desintegrarme en pedazos pequeños. Quiero que el cielo sea verde. Quiero un amigo que se enamore de la sombra de una mujer sobre una tela mientras pinta cuadros. Quiero llorar para siempre. Quiero ser en blanco y negro. Quiero saber que unas cuantas palabras pueden romperme como se rompe el cristal cuando graniza, poco a poco, golpe tras golpe. Quiero tragarme una radio para tener música dentro siempre. Quiero ser una máscara de carnaval en la pared de la habitación de un niño.

* * * * * * *

¿Y por qué no iba a querer ser libro?
No los colecciones. Ámalos.

* * * * * * *

"—¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si tuviera la puñetera oportunidad de elegir.
—¿Qué? Y deja de decir palabrotas.
—¿Te acuerdas de esa canción que dice,
«Si un cuerpo agarra a otro cuerpo, cuando viene entre el centeno...»?
[...]
—Bueno, pues muchas veces me imagino que hay un montón de críos jugando a algo en un campo de centeno y todo eso. Son miles de críos y no hay nadie cerca, quiero decir que no hay nadie mayor, sólo yo. Estoy de pie, al borde de un precipicio de locos. Y lo que tengo que hacer es agarrar a todo el que se acerque al precipicio, quiero decir que si van corriendo sin mirar adónde van, yo tengo que salir de donde esté y agarrarlos. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Sería el guardián entre el centeno y todo eso. Sé que es una locura, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura".

J. D. SALINGER
El guardián entre el centeno (1945)

domingo, 6 de enero de 2008

¿No crees?

También la muchacha le pregunta por el gato. Si sabe lo que va a hacer con el gato. El chico Fabián se queda entonces parado. No había pensado en lo del gato. Había pensado en todo, en cómo decírselo, en el póster de Lichtenstein que les regalaron a medias, en todo. Pero no en el gato.
¿Cómo se ha podido olvidar del gato?

VÍCTOR GARCÍA ANTÓN
El simulacro
Amor del bueno (2005)

Desmoronar. Derrumbar. Derruir.
Ser una pared de papel a la que tiran piedras.
Ciertas páginas me tiran piedras.
Y me hacen cachitos pequeños que quedan flotando (tal vez) en el aire.
Podría morirme de gusto.
¿No crees?

sábado, 5 de enero de 2008

Empezar

Empezamos lo que nunca termina para acabarlo cuanto antes.
Empezamos la tarta.
Empezamos diciendo "Te queremos" al árbol del jardín. Y si él no contesta luego lo intentamos con el rosal de la esquina. "Te queremos" decimos. Y eso es todo.
Empezamos un año.
Empezamos un día.
Empezamos un copo de nieve que acaba antes de llegar al suelo.
Empezamos así:

Nos acababan de servir el segundo plato cuando él empezó a mordisquear el libro que yo acababa de regalarle.
Lo había abierto hacia la mitad, lo había olisqueado y luego, empezando por una esquina, lo había roído, como un ratón, hasta dejar sólo unas virutas.
—Está bueno. Deberías probarlo— fue todo lo que me dijo al levantar la vista.