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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

martes, 31 de julio de 2007

Zoológico

Ni cerrando los ojos con fuerza. Da vueltas en la cama, a un lado, a otro. Cierra los ojos y cuenta obejas en un enorme prado saltando la valla. Una, dos, tres, cinco... Y ya casi pero allí aparecen los ciervos. Ciervos juerguistas medio borrachos que les sacan la legua de lejos y se ríen de ellas. Pobre obejas, salen corriendo.
Da dos vueltas más en la cama. El colchón está duro y bajo su espalda algo. Con desgana agarra el cuchillo de la mesilla y lo clava en el colchón. Abre un buen agujero y los muelles salen disparados.
El problema duerme justo allí, entre la gomaespuma, un erizo hecho una bola. Lo despierta y lo hace saltar de la cama. Luego un pato golpea la ventana y se cuela por el cristal entreabierto. Al principio parece mareado pero luego empieza a rebuznar. Acaba por despertar a los vecinos que, amantes de los perros —pertenecen a la asociación contra el uso defensivo de los perros, algo que consideran denigrante para los pobre animales— amenazan con soltar a los conejos que también se cuelan por la ventana.
Tratando de olvidar las obejas, los ciervos, el erizo, el pato y los conejos que se amontonan en su habitación —apenas queda un poco de espacio al fondo— se gira en la cama y, de lado, mira fijamente la pared. Coje la almohada y se la pone sobre la cabeza para no escuchar al pato rebuznar. Un escalofrío le recorre la espalda al sentir las patas —peludas algunas, otras pegajosas y otras ligeras— de un montón de arañas salen de entre la funda.
Los conejos han empezado a mirar con ojos golosos a los ciervos. El pato huye a una esquina, acorralado por las arañas y el erizo sigue hecho una bola al fondo del todo. Se inclina sobre el borde de la cama, saca medio cuerpo fuera, y tantea el suelo —allí lo escondió la última vez—, aparta las hormigas que estaban dormidas ya —deja el terrario abierto por la noche porque sabe que las hormigas prefieren dormir debajo de su cama— y coje su cuaderno. De debajo de la almohada saca el boli.
Enciende la luz y empieza a escribir.

sábado, 28 de julio de 2007

Elefantes en la arena

Cavando en el cajón de la arena hemos encontrado un elefante.
—Mejor lo volvemos a enterrar antes de que venga mamá —dice Eleanor.
Los demás cojemos las palas y empezamos a cubrirlo de arena otra vez. El elefante se tumba en el cajón y se deja hacer. Ya sólo sobresale la cabeza.
Seguimos echando arena y más arena con las palas. Todo queda liso, perfecto. Mamá nos llama a la mesa. Los demás echan a correr pero yo me detengo un momento más. Vuelvo al cajón de arena y empiezo a excabar. Luego ya corro hacia la cocina con los otros.
El cubo sobre el cajón de arena tapa el hueco y también la trompa del elefante.

lunes, 23 de julio de 2007

De tintes

If you are sunbathing in a park, for instance, but you do not know that a locked cabinet is buried fifty feet beneath your blanket, then you are in the dark even though you are not actually in the dark, whereas if you are on a midnight hike, knowing full well that several ballerinas are following close behind you, then you are not in the dark even if you are in fact in the dark. Of course, it is quite possible to be in the dark in the dark, as well as to be not in the dark not in the dark, but there are so many secrets in the world that it is likely that you are always in the dark about one thing or another, wherher you are in the dark in the dark or in the dark not in the dark, although the sun can go down so quickly that you may be in the dark about being in the dark in the dark, only to look around and find yourself no longer in the dark about being in the dark in the dark, but in the dark in the dark nonetheless, not only because of the dark, but because of the ballerinas in the dark, who are not in the dark about the dark, but also not in the dark about the locked cabinet, and you may be in the dark about the ballerinas digging up the locked cabinet in the dark, even though you are no longer in the dark about being in the dark, and so you are in fact in the dark about being in the dark, even though you are not in the dark about being in the dark, and so you may fall inte the hole that the ballerinas have dug, which is dark, in the dark, and in the park.

LEMONY SNICKET
The End
A Series Of Unfortunate Events (2006
)

Empiezo a tener un poquito de miedo. Y no, no de que las ranas (o de que los zorros también quizás) empiecen a salir a la calle con paraguas. Porque imagínense, la familia de zorros al completo —mamá delante tratando de mantener bajo el paráguas a sus dos chicuelos traviesos mientras cierra la puerta de la madriguera— bajo uno de esos paraguas gigantes de colores chillones (de Ágata Ruiz de la Prada)
Pero no.
No es eso.
Y eso que no ha parado de llover desde el viernes.
Es como meter ropa de color en la lavadora y esperar que no destiña.
Todo este verde... tan verde.
Cinco minutos y ahora no llueve.
—Could you walk the dogs?
Pasear a los perros, me dicen. Bien. Cojo el chubasquero, las correas, sit, stop, came on, y corren. Deura no, se agarra a un palo y ya no lo suelta en todo el paseo. Primero un bosquecillo de robles y detrás el campo de maiz y más allá el de trigo. Está empezando a llover pero sólo un poco, lo suficiente para refrescar las ideas.
Veo a Tally saltar. Una mancha negra surgiendo a veces entre el trigo. Una, dos y tres veces. Y luego manchas marrones. Ciervos. ¿También llevarán paraguas? Ahora si que llueve y volvemos a casa.
Sigue lloviendo y yo he acabado A Series Of Unfortunate Events. Grándisimos libros.
Sigue lloviendo.
Creo que hasta yo me voy a teñir de verde.
Y sigue lloviendo.


jueves, 19 de julio de 2007

Siempre llueve los viernes

El aspirador, afónico, abandonado en una esquina del salón se moría de sueño mientras en la tele daban las noticias del viernes. Lloverá.
Tras varias infusiones y dos largos díás inmóvil, tiene fuerza suficiente para soplar dos besos a los niños que se van al colegio.
Vuelven los viernes y las lluvias. "Siempre llueve en viernes" dice alguien. Los perros resoplan fuera. El aspirador olisquea el ambiente.
Los tomates no han salido todavíá pero el zumo de naranja ha crecido suficiente. Se convertirá en un gran árbol.
Alguien se atraganta, sopla, aspira, tose y calla.
El aspirador, afónico, zumba. Zzmm sch sch sch.
Siempre llueve los viernes.

miércoles, 18 de julio de 2007

De tartas y sapos

Es como espiar una conversación desde la ventana de la cocina. Dentro Arabell y la abuela hacen una tarta. Es de moras, eso creo. Arabell extiende la masa con las manos pringosas del zumo rojo de las moras, mientras la abuela prepara el horno. ¡Es todo tan bonito!
Ahora la abuela mira hacia la ventana. Sé que no puede verme. Aún así contengo el aliento, sólo un poco, hasta que ella aparta la vista y sigue con el horno o hasta que mira a Arabell y quizá le señala como hacer algo, con media sonrisa en la cara, olvidando los ruidos de fuera. Hasta que la tarta está lista. Hasta, incluso, cuando ya la sacan del horno y la ponen en la ventana, en el alféizar, a enfriar.
Contengo el aliento.
Me asomo.
Huelo la tarta.
Nadie me dijo que los sapos llevaran a cuestas los árboles.

domingo, 15 de julio de 2007

Castillos

—Cierra los ojos —le dice una voz.
Ella los cierra.
—Y ahora empieza a caminar.
Ya está, no necesita más. Da un paso, tembloroso al principio, y luego el siguiente y el siguiente. El camino es estrecho, arropado por las hojas de todos esos árboles, pero no extiende las manos.
—Las cucarachas construyen sus castillos con granos de azucar —le recuerda la voz.
"Sí" se dice ella. Ya puede oler el azucar derretido allí, al fondo del camino.

sábado, 14 de julio de 2007

Dentro del bosque

—¿Por qué corres dentro del bosque? ¿Qué has visto allí?
Ella agacha la cabeza y luego le mira dentro de los ojos, casi haciéndole daño.
—No voy a decítelo.
—Venga... ¿Por qué no?
— No te lo diré.
Él empieza a corretear a su alrededor aunque ella sigue allí parada, mirándole fijamente.
—Vamos, vamos, dímelo.
Ella niega con la cabeza.
—No —dice fuerte.
—Dímelo, dímelo, dímelo —canta mientras sigue saltando y correteando alrededor suyo.
Se para. La mira de nuevo.
—¿Por qué corres dentro del bosque?
Y ella se rinde.
—He encontrado la casa de los siete enanitos —dice y luego los dos callan.

jueves, 12 de julio de 2007

Cinco sentidos

¿Has contenido la respiración al entrar en una nube alguna vez?
¿Has entrado en un bosque cerrando los ojos?
¿Te has acercado a un castillo medieval para escuchar la muralla? (con la cara pegada a la piedra fría)
¿Has saboreado la lluvia?

Mientras acaricia las teclas de un piano en medio del bosque al que entra con los ojos cerrados, escucha el murmullo de las murallas del castillo. Apenas respira al volar sobre las nubes.
Tal vez le gusta el sabor de la lluvia.

miércoles, 11 de julio de 2007

Imagine un avión transparente

Los aviones deberían ser transparentes, o tener el suelo transparente al menos. Sí, transparentes.
Entonces llegas al aeropuerto arrastrando como puedes las maletas, dos horas antes de subir al avión —eso en teoría, que nunca se sabe— y te pones en la cola de la facturación. Tras comprobar que te pasas por dos kilos —¡dos, oiga, ¿y no haría una excepción?— empiezas a sacar aquellas cosas que no necesitas llevar, ya sea el gel de ducha que comprarás allí o los cinco libros en español que te llevas, aunque teóricamente vayas a aprender inglés. Redistribuyes y voilà, ya está todo, sólo queda esperar la hora y cuarto que te ha sobrado tras la facturación. Es entonces cuando echas de menos esos libros que acabas de sacar de la maleta. Te pones a mirar tiendas pero enseguida se para, tras sentir puñalada tras puñalada al leer los precios de cualquier golosina. —Sí, de cualquiera, fíjese en esos estantes y escaparates llenos de dulces, alguna que otra chocolatina, llaveros, camisetas con el logotipo de la ciudad correspondiente, bolsos, perfumes (¿quién compra perfumes en un aeropuerto?). Fíjense bien—.
Tras cinco interminables minutos empiezas a dar vueltas. Vueltas alrededor de los asientos, vueltas sobre uno mismo, vueltas a la cabeza, vueltas. Apenas pasan otros cinco minutos.
También te puedes asomar a ver los aviones, a ver cómo despegan. Y entonces piensas:
—Deberían ser transparentes.
Te quedas mirando hasta que anuncian la puerta de tu vuelo. "Todos los viajeros del vuelo 5473 de Easy Jet con destino London-Gatwick embarquen por puerta 12A"

Buscas la 12A y está en el quinto pino. Curzas puentes transparentes sobre los angares. Sí, fíjese usted, los puentes son transparentes pero los aviones no. Sigue esta pisada...
Entras en el avión, colocas todo y te sientas. Miras por la ventanilla —a veces es hipnótico, mirar las nubes o simplemente el agua desde los cincomil pies a los que dice el piloto que se vuelta—. Pero son ventanillas pequeñas, minúsculas, y ni aún pegando la nariz al cristal consigues ver más que un pedacito de cielo (o quizás sea mar, nunca se sabe) al fondo.

Pero imaginen un avión transparente, aunque sea una low cost. Sería maravilloso. Imaginen primero algo más tranquilo, hagan desaparecer todas esas personas que zumban alrededor. Hagan que sólo quede su asiento, aislado en el centro del avión, con el suelo transparente. Sólo eso, imaginen. Para imaginar mejor quizás quieran escuchar música, y sí, sería perfecto, quizás esa música que suena en los títulos de crédito de una película —The Village— con ese violín virtuoso, genial.
Imaginen entonces, levántense despacio del asiento y piensen como sería mirar a través del suelo transparente del avión.
Túmbense en el suelo, con los ojos cerrados. Y luego abránlos.
Al principio, vértigo, un poco, pero luego, luego...
Los aviones deberían ser transparentes.
Imaginen un avión transparente.

lunes, 9 de julio de 2007

Hormigas

Las hormigas han invadido el segundo piso y nos hemos atrincherado en la cocina. Son hormigas grandes y negras, de verdad. Sólo hay que verlas, desfilando de un lado a otro, haciendo un ruido casi militar al otro lado de la puerta.


Debe ser por eso, porque estoy escribiendo sobre hormigas, que ahora las veo en todas partes. Y de todas las variedades.
Ya sea yendo a la piscina, se me suben en la toalla —sacudes y sacudes, pero se quedan aferradas a los pelos y justo cuando te tumbas zas, ya te han mordido—. Incluso, estoy sentada (o tumbada) en mi cama cuando una hormiga cruza rápido el suelo de baldosas blancas de un lado a otro de la habitación.
No sé que tengo yo con las hormigas. Quizás es que no sólo las quemaba con la lupa si no que las encerraba en un tarro de cristal con tierra y luego, sólo entonces, las quemaba con la lupa. También las ahogaba; estaban metidas en el tarro, con los túneles casi acabados y les echaba agua y veía como se iba inundando todo.
Además existen diversas variedades: la variedad enorme, esas que si te muerden puedes arrancarles el cuerpo que la cabeza continuará incrustada en tu piel —ya sea la de un dedo u otra algo más sensible—; luego están las pequeñas minúsculas, que son casi invisibles pero si por un descuido has tenido la mala suerte de pisar el hormiguero, cuando te das cuenta, ya las tienes entre la ropa y hasta en los brazos. También están las negras, de tamaño mediano, que son las menos agresivas, y las rojas. Las rojas es mejor no tratar con ellas. Si te pican duele.

Y bueno, éste es el comienzo: Sigue esta pisada...

—Seguramente los huesos serían de cucarachas gigantes, prehistóricas —digo.
Diana se ha sentado encogida en el suelo mientras mamá frota los platos con fuerza, para secarlos.
—Sí, lo eran, podéis estar seguras, y eran enormes —insisto.
Espero que me miren de reojo siquiera pero no. Las dos siguen inmóviles. Diana mirando al frente y mamá apretando con más fuerza si cabe el trapo contra el plato.
Hoy ya las hormigas han conseguido invadir el segundo piso y nos hemos atrincherado en la cocina. Son hormigas grandes y negras muy negras, de verdad. Sólo hay que verlas, desfilando de un lado a otro, haciendo un ruido casi militar al otro lado de la puerta.
—Encontré los huesos en el jardín —paro y respiro lentamente pero ellas ni me miran—. Sí, y los desenterré.

sábado, 7 de julio de 2007

Bodas de plástico

Una mano la alejaba. Ella iba vestida de blanco. El silencio se sentía en el aire mientras dentro, a través de la puerta, sólo le llegaban, casi lejanas, las notas del órgano prendidas en el aire.
Miraba a través de la cerradura como ella era arrastrada, vestida de blanco. Cómo la colocaba al lado de otro, del que no era. Aunque quería abrir la puerta, irrumpir en medio de toda aquella gente bien vestida, permaneció inmóvil mirando a través de la cerradura.
—Sí, acepto —oyó a lo lejos, la voz de ella.
Sí acepto, sí acepto, sí acepto...
La voz seguía en su cabeza y no podía dejar de escucharla.
Se dejó caer, con la espalda apoyada en la pared resignado. Sacó un pañuelo y lo mojó y luego, con decisión empezó a pasárselo por la cara. Mientras lo hacía, sentía como iba desapareciendo poco a poco. Dejó de ver, de oír, borró su cara. Luego, a ciegas, puso el pañuelo a un lado y apretando los dientes (lo que antes habían sido dientes y que ahora no era más que un acto reflejo para aguantar el dolor) y empezó a desprenderse de una de sus piernas. Pero no gritaba, no podía. Luego la otra y los brazos, hasta quedar convertido en un montón de piezas de plástico. Plástico todo, piezas de plástico sin ningún sentido.



lunes, 2 de julio de 2007

Escaleras mecánicas

Te miro y me miras. Sigues sin contestar a mi pregunta.
—¿Por qué tienen pelos las escaleras mecánicas? —vuelvo a decir.
Tú te quedas callado, me aprietas un poco más dentro de tu chaqueta y miras hacia arriba, hacia el cielo frío. Unas escaleras mecánicas todavía ronronean en el otro andén y mientras esperamos.
A tientas busco tus labios pero tú no te mueves, miras las estrellas. Quizás es que ya no me quieres.
—No viene el tren todavía —digo—. ¿Sigo siendo tu niña?
Casi me da miedo a veces que contestes.
—Mi tía dice que allí viven hadas. Las que antes vivían en el bosque ahora se quedan en las escaleras mecánicas.
Un soplo de viento me revuelve el pelo y se me pone la piel de gallina. El tren ya viene. Para y las puertas se abren. Yo me levanto pero tú no, tú simpre tardas más. Subo y me cuelgo de la barra, te miro desde la puerta. Ahora sí me miras.
—Las hadas ya no existen —dices todavía quieto desde el banco.
Yo sigo colgada de la barra mientras el tren pita y las puertas se cierran.
Ya no me quieres.
—¿Y las escaleras mecánicas? —le pregunto al cristal negro de la ventanilla de la puerta del tren—, ¿por qué tienen pelos?
Pero los cristales no contestan.

domingo, 1 de julio de 2007

Soncinemad 2007

Conferencia, madrugar, sol, cine, Christopher Young, congreso, frikis (muchos), genial, concierto, calor, butaca, orquesta, traductoras, viernes, sala 25, japonés, aficionado, músicos, compositor, Trevor Jones, inglés, chicas de la entrada, acreditación, nervios (algunos), micrófonos, cello, director, Kinépolis, thank you, firmas (y firmas y más firmas), mesa, entrevista, disco, violines, Yasone, Asier, comida, sesión de firmas, rotulador, arpa, coloquio, fotos, pasillo, sueño, preguntas, Carles Cases, charla, piano, "y suena algo así como", Dion, foro, autobús, Silverstri, Spiderman 3, claqueta y copión, score, organización, todos juntos, nueva gente, Miguel, Tomás, "llevaré a mis hijos a tus conciertos", Illarramendi, Pumuky (o el autodenominado autodidacta), Ubemayashi, pasión, humildad, cercano, cámara, grabar, ensayo, Tuomas Kantelinen, monumental, Atocha, tomar algo, fliipante, genial, maravilloso, Silvestri otra vez, cancelado, Yared, "no preguntas sobre Troya", composición, jazz, Christopher Gordon, suena barroco, mezcla, Roque Baños, partituras, sountrack, coleccionista, experiencia (genial), mejorar, volveremos, Soncinemad III, Amic/Amat, descubrimiento, regalo, gente, Young otra vez, descanso, fotos y más fotos...

Y aunque todo esto sólo sean palabras, este fin de semana ha estado lleno de MÚSICA.

(un par de videos del concierto a continuación)
Sigue esta pisada...