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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

lunes, 31 de diciembre de 2007

2007/08

No pienso decir feliz año. Ni hablar.

Que mueran los juguetes. Y las bombillas. Que se incendien esos bonitos abetos (muertos) con tantos adornos. Masacre de niños en Cortilandia.

Si fuera posible. Si lo fuera o si no.
Que quede sólo la música.



viernes, 28 de diciembre de 2007

Nada

Ahora mismo nadie daría ni media nuez por mí. No insistas en cambiarme por una tarde de otoño.

jueves, 27 de diciembre de 2007

El desierto

—Diles a estos señores que o nos dejan meter un ventilador o yo me vuelvo con tu madre.
Me lo decía allí, sentada en nuestra silla en medio del desierto (yo sabía que era un desierto aunque siempre estaba esa niebla metálica tapándolo todo) mientras miraba la cajonera.
—¿Para qué quieres un ventilador? —contestaba yo.
Pero podía suponerlo. Para ahuyentar toda esa niebla.
—Diles que necesitamos un ventilador —me decía frotándose la piel.
Luego sacaba un cajón y lo dejaba sobre la arena. Se ponía a ordenar los pijamas de Sara. Los sacaba y les pasaba una mano por encima. “Ni una sola arruga” pensaba yo. No al menos desde que Sara se los pusiera por última vez.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Las ciudades

Las ciudades y los ojos III
Baucis

Después de andar siete días a través de boscajes, el que va a Baucis no consigue verla y ha llegado. Los finos zancos que se alzan del suelo a gran distancia unos de otros y se pierden entre las nubes, sostienen la ciudad. Se sube por escalerillas. Los habitantes rara vez se muestran en tierra: tienen arriba todo lo necesario y prefieren no bajar. Nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya, y en los días luminosos, una sombra calada y angulosa que se dibuja en el follaje.
Tres hipótesis circulan sobre los habitantes de Baucis: que odian la tierra; que la respetan al punto de evitar todo contacto; que la aman tal como era antes de ellos, y con largavistas y telescopios apuntando hacia abajo no se cansan de pasarle revista, hoja por hoja, piedra por piedra, hormiga por hormiga, contemplando fascinados su propia ausencia.




Las ciudades y los muertos IV
Argia

Lo que hace a Argia diferente de las otras ciudades es que en vez de aire tiene tierra. La tierra cubre completamente las calles, las habitaciones están llenas de arcilla hasta el cielo raso, sobre las escaleras se apoya otra escalera en negativo, encima de los techos de las casas pesan estratos de terreno rocoso como cielos con nubes. Si los habitantes pueden dar vueltas por la ciudad ensanchando las galerías de los gusanos y las fisuras por las que se insinúan las raíces, no lo sabemos: la humedad demuele los cuerpos y les deja pocas fuerzas; conviene que se queden quietos y tendidos, tan oscuro está.
De Argia, desde aquí arriba, no se ve nada; hay quien dice: —Está allá abajo—
y no queda sino creerlo; los lugares están desiertos. De noche, apoyando una oreja en el suelo, se oye a veces el golpear de una puerta.

ITALO CALVINO
Las ciudades invisibles (1972)


¿Hay acaso un desierto entre dos ciudades?
Puede que se miren, que compartan muros casi.
Y no se vean.
A veces pasa.
Entre dos ciudades.

sábado, 15 de diciembre de 2007

Regalo

Voy a permitírmelo, creo. Haceros un regalo y no porque sea Navidad (qué cosas, quién regalará en Navidad) si no porque quiero devolvérselo a aquella gente que también regala. A cierto pájaro viajero y de gran envergadura que hace lo imposible por el cuento (hasta un concurso). A mis compañeros de clase de relato (unas clases impagables). A ese cuentista del messenger. A esa estupenda persona de las últimas dos semanas. A los que se pasan por estas humildes hierbas y quizás sonríen al leer mis tonterías. A L, a R y a A, porque están ahí. Y a los demás, a los cuentistas.

Lo dejo a continuación. Aunque se puede ver sin música queda mejor con ella.
Sigue esta pisada...



texto ©Ana Pino. Las fotos son propiedad de © Chema Madoz


Yo no he oído nada

—¿Ése era el timbre de la comida?
—¿El qué?
—Eso. Eso que ha sonado.
—Yo no he oído nada.
—Tienes que haberlo oído.
—No.
Se callan. El primero que ha hablado lleva un pijama verde. El otro, en los pies, unas zapatillas a cuadros. En una, por un agujero en la punta, le asoma el dedo gordo. Dos enfermeras recorren el pasillo charlando, sin verles siquiera.
—¿Ése era el timbre de la comida?
Esta vez es el de las zapatillas quien pregunta.
—¿El qué? —dice el hombre del pijama verde.
Se encogen de hombros. Se miran.
—Eso que ha sonado.
—No —dice— yo no he oído nada.
Al fondo —ahora sí— suena una campana y de las habitaciones empieza a salir el resto de la gente, hacia el comedor. Los dos se quedan mirando hacia abajo, el de la zapatilla rota mueve el dedo gordo que le asoma por el agujero.
—¿No lo has oído? No me digas que no lo has oído. Tienes que haberlo oído.
—No. Yo no he oído nada —dice el del pijama verde.
Sentados, en medio del pasillo completamente vacío, vuelven a quedarse en silencio.

Mendión especial en el I Premio de Relato mínimo Diomedea


jueves, 13 de diciembre de 2007

Desventuras en palacio

Pijamas desnutridos asaltaron la fortaleza. Unos murieron ahogados en lejía, los demás nos encerraron en el calabozo.

domingo, 9 de diciembre de 2007

¿Dejarías la ventana abierta?

—Tienes un plátano en la oreja.
—¿Dónde, dónde? ¡Quítamelo!
—Espera, no te muevas. No... te... muevas. Ya está.
—¿Ya?
—Sí, ya.
—¿Un plátano? Pensé que el desplatinizador había funcionado.
—No lo sé. Quizás no llegara a todas partes de la casa. Puede que algún hueco de la cocina se quedara sin limpiar.
—¿Tú crees?
—No lo sé, cariño, ya sabes cómo son esos malditos plátanos. Lo dijo la tele.
—Lo invadirán todo.
—Eso dijeron.
—Todo. ¿Recuerdas la noticia? Se comerán los maizales y los muñecos se morirán de hambre.
—Esos malditos plátanos acabarán con todo. La señorita de la tele lo dijo muy seria.
—Mucho. ¿Llamamos?
—¿A dónde?
—Deberíamos poner una queja. "Garantía total de desplatinización asegurada". Eso decían.
—¿Y qué podemos hacer?
—No creo que pudieramos hacer nada.
—¿Dejarás la ventana abierta para mí?
—¿Y los plátanos?
—¿Dejarías la ventana abierta? Por favor, tienes que dejarla abierta.

martes, 4 de diciembre de 2007

Pérdida del apetito

Y todo el mundo:
¿Y el pie?
¿Cómo te va?
¿Qué te pasó? (algún despistado)
Pues, señores, sí, mi pie.
Ahí está, como quien dice, creo que unido a la pierna.
Cuando no tiene sueño se queda quieto, como un perro negro de lanas.
Hoy le puse un cuenco con agua fresca.
Y galletas.
Y turrón.
Por ver si recupera el apetito, mi pie.

domingo, 2 de diciembre de 2007

Metamorfosis

Metamorfosis. Eso dicen que es. Cuando te escondes en tu habitación, niña guapa, y te pegas a la pared llorando, como un gusano de seda y luego sales con una mirada profunda en los ojos pintados.

sábado, 1 de diciembre de 2007

No, así es el infierno

—No, así es el infierno —digo.
—¿Cómo?
—Pues así.
—¿Lleno de muertos? —pregunta.
—Eso dicen —contesto— pero no te lo creas. Es mentira.
Me mira sorprendido, etéreo.
—¿Entonces no hay llamas, fuego?
—No.
Se detiene, piensa.
—¿Cómo? ¿Lleno de muertos?— vuelve a preguntar.
Yo contesto, paciente. Los nuevos siempre tienen poca memoria.
—Eso dicen. Pero no te lo creas. Es mentira.
Me mira otra vez, sorprendido. Ya empieza a flotar y se vuelve más borroso.
—¿Lleno de muertos?
Escucho a P venir.
—¿Lleno de muertos? —repite. Le queda poco. Se acostumbrará.
P ha llegado. Me mira, etéreo. Sonríe. Sonrío.
Y luego se lleva al muerto.