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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

miércoles, 27 de junio de 2007

Probando

Esto es una prueba a ver si sale todo esta cosa del seguir leyendo. Es provisional, nada queda para siempre ni siquiera los libros y menos los besos fugaces antes del amanecer vi un caracol naranja que trepaba por la pared de la conciencia del sol y del resto del mundo azul y verde que no para de viajar y esperar esas enormes colas delante de la piscina.
Sigue esta pisada...Porque de todo eso nada es mejor que una piscina y luego el cepillo de dientes resoplando encima de la mesa. Que todo se acaba y nada permanece dicho queda. Y aún así parece que sí, que esto funciona así que he de irme a contarsevolveré a la piscina y haré toda esa larga cola para irme de viaje. Eso, sí, me voy de viaje.

lunes, 25 de junio de 2007

Ahora estaba leyendo

Había empezado a leer la novela unos días antes. La abandonó por negocios urgentes, volvió a abrirla cuando regresaba en tren a la finca. [...] En lo alto dos puertas. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano, la luz de los ventanales, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.

JULIO CORTÁZAR
Final del juego

Estaba leyendo y me he sobresaltado al sentir el libro latir debajo de mis dedos. Lento, acompasado. Me he quedado escuchando y luego he seguido. Sienta bien saber que por un momento he llegado a pensar que era el libro el que estaba vivo.

Presentación de Archipiélagos de instantes


Quedais todos aquellos que estén por los madriles convocados a la presentación de este libro que como cualquier antología (y más aún si es como la nuestra, de escritor-aprendices) tiene sus más y sus menos pero que siempre merece la pena disfrutar.

Allí os espero.

domingo, 24 de junio de 2007

Naranja

Para la chica naranja



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sábado, 23 de junio de 2007

Variación III (Los palipantes)

Ameg Kion catalimbaba rombaliando la fogata en el centro de la maida.
Nosotros, kium todavía, bisbliseabamos viendo a Ameg catalimbar. A veces sentíamos el aliento de los akunaré carnivorando a los sisares cuando Ameg Kion se nos acercaba.
—Catalímbanos los palipantes— pedíamos.
Y Ameg Kion se acercaba al fuego.
—Akunaneig —decía y nos miraba—. Los kium quieren palipantes.
En la maida todos, también las kaig y los pasores, mirábamos a Ameg Kion que empezaba a catalimbar.
—Akunaneig, kium, el norik del aban los okus empezaron a crecen en los palipantes.
—Los okus –decía Ameg Kion y nos miraba mientras rombaliaba otra vez la fogata—. Los okus, mis kium, los okus crecieron en los palipantes y paikos.
Mintue, a mi lado bisbliseaba. Y todos pensábamos en los palipantes, los enormes palipantes, vencidos y tumbados entre el mutongo, paikos mientas los akunaré empezaban a carnivorarlos lentamente.
Ameg Kion imitaba entonces el sonido de los akunaré, de los palipantes, y los sisares. Y el de los matora cuando cazaban. Y luego, con voz profunda lloraba para nosotros, lloraba por los palipantes paikos entre el mutongo.
—Akunareig, mis kium, no dejéis que los okus crezcan en los palipantes.
Ameg Kion se sentaba en el mutola, casi más viejo que nunca y nuestras amampas y las kaig nos llevaban.
Nosotros, kium todavía, soñáramos que los okus no volvían, que nunca más crecían en los palipantes. Todavía nos quedaba un norik completo para ser pasores.


Tema- - - - - - - - - -Variación I- - - - - - - - - -Variación II


viernes, 22 de junio de 2007

Variación II (preludio con lluvia)

Aunque había llovido mucho, mamá decidió sacar aquellos mamotretos de mármol y colocarlos en el jardín. Eran dos elefantes blancos. Había querido que los pusiera de adorno en el banquete de mi boda que hicimos en la finca pero yo me había negado.
—Quedarían bonitos— me decía mamá.
Los escondí entre los trastos de papá, en la caseta, pensaba que mamá no los buscaría allí. No se había acercado a la caseta desde lo de papá y las herramientas estaban completamente oxidadas.
Pero esa tarde de otoño los había sacado y los había colocado junto a los rosales, entre la hierba mojada.

* * * * * * * * * * * *

Thomas y yo terminaríamos la mudanza este fin de semana. Él ya lo tenía todo en el piso —habíamos comprado un piso precioso, un quinto, para que yo pudiera ver el mar si me asomaba de puntillas en la terraza—; a mí me faltaban apenas unas pocas cosas que envolver en mi habitación.
Mamá insistía en regalarme los elefantes del jardín.
—Toda esta humedad. Se están poniendo verdes.
—Igual que la hierba —decía yo.
—Es por la lluvia. Por eso se están poniendo verdes.
Volví a mi habitación. Metí un par de libros en la caja y un peluche —un burrito plateado— que Thomas me regaló en la feria, cuando nos conocimos. Miré otra vez las estanterías. Quería pensar que no debía llevarme nada más.
Cuando bajé con todo, mamá estaba en el jardín y con un trapo suave iba frotando el lomo de los elefantes. Dejé la maleta a un lado y yo también salí al jardín.
—Ayúdame —me dijo mamá.
Saqué otro trapo de la caseta de papá y me puse a frotarles las patas, las orejas, los colmillos y el lomo hasta que quedaron blancos otra vez.
—Llévatelos —volvió a decirme.
El cielo estaba gris y seguramente esa noche volvería a llover. Yo negué con la cabeza. Me metí un segundo en la caseta he intenté organizar todos los trastos. Mamá mientras siguió agachada sobre la hierba húmeda, limpiando los elefantes.

* * * * * * * * * * * *

Thomas pasó a buscarme antes de la cena. Metió la maleta en el coche mientras yo iba sujetando el paraguas para que no se mojara. Estaba todo listo. Mamá me hizo prometer que la visitaríamos pronto. Le dio dos besos a Thomas y luego le abrazó tanto que pensé que se le iban a romper los brazos.
A mí también me abrazó y me miró como si ya me viera desde lejos. Nos quedamos allí en silencio, unos segundos, con el sonido del coche al fondo y la lluvia goteando desde el tejado.Y aunque sabía que no tendría sitio en el piso, le prometí que, cuando volviera a visitarla, quizás entonces, también me llevaría los elefantes.


Tema- - - - - - - - - -Variación I- - - - - - - - - -Variación III


miércoles, 20 de junio de 2007

Variación I

Sí, esos, sí, los elefantes, de verdad, sí, los de las orejas enormes, los de África sí, cualquiera diría que sí, que les nacen hongos en la piel, pues sí. ¿Y qué voy a saber yo por qué? Pero sí, les nacen, y son enormes. Y los masai y los zulús le frotan la piel, día y noche, claro. Y frotan y frotan pero los hongos no se quitan, no. No hay forma de quitarlos, ni siquiera cuando el elefante ya ha muerto, sí, no hay forma.


Tema- - - - - - - - - -Variación II- - - - - - - - - -Variación III

Tema

A modo de forma musical aquí dejo de nuevo el Tema y en las entradas siguientes, las variaciones.

A los elefantes de África están empezando a crecerles hongos. Los masai y los zulus pasan el día lavándolos, frotando su dura piel de elefantes. Cómo si supieran que al final los hongos los acabarán matando.


Variación I- - - - - - - - - -Variación II- - - - - - - - - -Variación III

lunes, 18 de junio de 2007

Elefantes y bongos

—Algo con elefantes y bongos —me dijo L. aquella tarde en el messenger.
Me había dicho de un concurso por sms sobre África. Un lote de libros el premio, aunque según un amigo, el año pasado daban dinerito. Total, si no se me iba a ocurrir nada.
L. me enseñó el que ella iba a mandar. Me gustó. Luego dijo lo de los elefantes:
—Elefantes y bongos.
Yo leí deprisa (esto del estudio furtivo es lo que tiene).
—Elefantes y hongos.
Cerré la ventana del messenger.
Elefantes y hongos, elefantes y hongos...
Imposible volver al coñazo de geología teniendo ese binomio en la cabeza.
Elefantes y hongos.

ÁFRICA
A
los elefantes de África están empezando a crecerles hongos. Los masai y los zulús pasan el día lavándolos, frotando su dura piel de elefantes. Como si supieran que al final los hongos los acabarán matando.

Eso sí, he de reconocer que al final no estuvo nada mal ese lote de libros. Una buena pila, sí señor. Con buenos libros de relatos. ¡Madre, ahora tendré que buscar otra estantería, que ya no me caben más en ésta!

domingo, 17 de junio de 2007

Graduación

Las pijas que se cuezan en su salsa. A fuego lento a ser posible. Aunque bien mirado, ellas solas, dorándose al fuego, son un plato demasiado fuerte. Y no hablo de pijas descafeinadas, no. Son pijas de las de todas las letras P I J A S. Sí señor, y se pasaron toda la graduación —toda, aquí no hay medias tintas—, haciendo lo que mejor saben hacer. Delante de una pequeña multitud que llenaba (llenábamos) el salón de actos estaban los profesores. Alguno sería de filosofía o historia pero los más, seguro, eran violinistas o trompetistas o pianistas. Empieza el acto con unas palabras (tópicos, todo tópicos) de la directora y luego un video de todos (¿alguien dijo de todos?) Debió quedárseme la misma cara que pongo cuando me siento a ver una película con mi madre, uno de esos dramones de antena 3 y tengo que esforzarme (va en serio), morderme la lengua para no... decir... decir...nada. Se iba sucediendo el desfile de modelos, artificial, peinados de peluquería (cómo en esa estupenda última escena de Little Miss Sunshine en la que Olivia es la única realmente bella).
Hace frío, quizás, aunque también pudiera ser el granito del edificio —echaré de menos asomarme a la ventana, o escaparme de clase, y ver el Monasterio enorme, tal vez con una recua de chinos haciendo cola para entrar (y sus guías, siempre con un paraguas o un palo en alto con esos pañuelos chillones —fucsia o verde o amarillo— a juego con la pegatina sobre la solapa de la camisa del turista).
Abrazos, risas y lloriqueos.
Y seguían repitiéndo:
—Os quiero, os voy a echar de menos, os deseo lo mejor. Tenemos que quedar.
Cómo si no supiesen que el próximo año tendrán nuevos amigos.
Y luego, más abrazos y más lloros.
Los profesores también. Son sus niñas o sus mujercitas como decía alguno.
Dan los diplomas. Para mí sólo un enhorabuena frío, casi una disculpa.
—Ellas son del integrado y tú, bueno, tú del conservatorio. A tí no te conozco.
Claro. Para qué.
Las niñas suben al escenario. Las dos, pijas por excelencia, calcos perfectos (mismo peinado, misma sonrisa idiota). Bromas privadas. Y luego las menciones. Y sí, yo tenía mención y digo tenía porque resulta que para la gente del conservatorio (¿por qué si somos cuatro gatos?), para nosotros no hay matrícula, (ni para M ni para mí).
Paran de hablar arriba, en el escenario, y el murmullo se extiendo. Risas y lloros. ¿Por qué la gente insiste en llorar en acontencimientos como éste? Se llora con una buena peli, de esas que te tocan por dentro. Se llora con un bueno libro o cuando alguien te pasa un cuento y es tan bonito, tan bello, que lloras por lo bajo, tragándote las lágrimas, enroscada sobre la cama y quizás abrazando un cojín.
Entonces me levanto y huyo. "Las pijas que se cuezan en su salsa" pienso. Rescato mi guitarra de la taquilla.
De camino a casa voy pensando en ver esa peli que tengo pendiente (una genialidad de Woody Allen), en leer —saborear— el tercer relato de "Ceremonias de interior" y quizás también escribir un poco. Algo que pueda acabar así:

Mientras, ese alguien se aleja, caminando hacia una calle oscura, negra, deshaciendose un poco. Goteándo tras de sí nombres de mujer.

sábado, 16 de junio de 2007

Cuando una pared es blanca

En Olinda, el que lleva una lupa y busca con atención puede encontrar en alguna parte un punto no más grande que la cabeza de un alfiler donde, mirando con un poco de aumento, se ven dentro los techos las antenas las claraboyas los jardines los tazones de las fuentes, las franjas rayadas que cruzan las calles, los quioscos de las plazas, la pista de las carreras de caballos.

ITALO CALVINO
Las ciudades invisibles (1972)

Un día, a mediatarde, una de esas tardes amarillas de otroño—, empiezan a picarte las palmas de las manos. Apenas le das importancia pero el picor se va haciendo más y más fuerte. La gente a tu alrededor empieza a mirarte mal. —Estás loca —dicen pero enseguida se dan la vuelta y vuelven al trabajo, a la revista de quiosco o simplemente a mirar la pared extrañamente blanca.
Pero las palmas de tus manos te siguen picando. Ahora hay un bulto en cada una, apenas del tamaño de una canica. Tratas de seguir con lo tuyo, imitar al resto —quizás entender el por qué de una pared tan blanca—, pero ahora, lo ves claro, los bultos de las palmas de tus manos son en realidad dos ojos, ya tienen párpados.
La gente vuelve a mirarte y acabas por bajar las manos, esconderlas, enganchando los dedos por debajo de la silla. Cierras los ojos para intentar pensar. Cierras todos los ojos. Y luego los abres uno a uno —primero los de la cara y luego los otros—. Parpadeas, guiñas y entrefrunces el ceño y ¿los nudillos?
La tarde se ha vuelto marrón. Todo es extraño y si vuelves a mirar esa pared —esa pared blanca, perfecta— ha cambiado un poco de color. Ahora quizás ya no sabrías decir muy bien si es naranja cuando miras con la mano izquierda o azul si sólo guiñas el ojo derecho.

Para Alberto y César.
En Olinda, en Baucis o en Armilla.
Y que sigais compartiendo ciudades invisibles.