De tartas y sapos
Ahora la abuela mira hacia la ventana. Sé que no puede verme. Aún así contengo el aliento, sólo un poco, hasta que ella aparta la vista y sigue con el horno o hasta que mira a Arabell y quizá le señala como hacer algo, con media sonrisa en la cara, olvidando los ruidos de fuera. Hasta que la tarta está lista. Hasta, incluso, cuando ya la sacan del horno y la ponen en la ventana, en el alféizar, a enfriar.
Contengo el aliento.
Me asomo.
Huelo la tarta.
Nadie me dijo que los sapos llevaran a cuestas los árboles.
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