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lunes, 13 de agosto de 2007

Conejos

Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.

JULIO CORTÁZAR
Carta a una señorita en París
Bestiario (1951)

Recuerda que la hierba no es gris, es verde y aquí está toda llena de conejos. Conejos grises —y marrones— comisqueando la hierba (verde) entre la neblina blancoazulada al amanecer.
Te reirías de mí —esa sonrisa en los ojos mirándome profundamente, diciendome guapa sin apenas mover los labios— si supieras que colecciono conejos.
Son bellos.
Por eso los guardo.
Cada día salgo y cazo uno nuevo. Y al anochecer vuelvo al castillo y le dejo salir —entre tímido y curioso— a la hierba. Luego los demás vienen —un mar de orejas saltando— y le dan la bienvenida. Se tocan los hocicos y el nuevo se pierde entre ellos, saltando y moviendo las orejas.
Me mirarías con esa sonrisa tuya, tan leve, si lo supieras. O quizás si me vieras salir del castillo entre la niebla (y los conejos saltando a los lados, balanceándose) arrastrando el vestido de novia —largo, rojo y turquesa como en el tiempo de los cuentos— entonces me dirías guapa y recordaríás que la hierba es verde.

0 pisaron la hierba: