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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

sábado, 22 de marzo de 2008

Discrepancias

Ella, impaciente, seguía esperando a que se decidiera. Pero él no parecía dispuesto a ceder. Estaba de pie, mirándola, con la bata abierta y en calzoncillos.
—No, cariño. No hasta que no saques a la serpiente de nuestra cama —decía moviendo apenas la cabeza, de un lado a otro.

lunes, 17 de marzo de 2008

Alacranes

Cleo la levantó y allí la esperaba el alacrán.
—Turipilepa —susurró agarrando todavía la piedra.
El alacrán se movió un poco, pegado a la tierra.
—¡Qué haces! ¡Suelta eso! —le grité.
Nunca me hacía caso, lo hacía a propósito, ella —eso me decía— era la más valiente.
—Turipilepa— repitió acercando cada vez más su cara al suelo, donde el alacrán se pegaba a la tierra.
Cuando mamá nos vio cogió a Cleo fuerte del brazo y se la llevó de allí. A mi me miró, advirtiéndome, aunque no pensaba que pudiera atreverme.
Pero lo hice. Me acerqué temblando poco a poco.
—¿Turipilepa? —dije y luego cerré los ojos.

domingo, 16 de marzo de 2008

No hay cosas felices

If you are interested in stories with happy endings, you would be better off reading some other book. In this book, not only is there no happy ending, there is no happy beginning and very few happy things in the middle. This is because not very many happy things happened in the lives of the three Baudelaire youngsters. Violet, Klaus, and Sunny Baudelaire were intelligent children, and they were charming, and resourceful, and had pleasant facial features, but they were extremely unlucky, and most everything that happened to them was rife with misfortune, misery, and despair. I'm sorry to tell you this, but that is how the story goes.

LEMONY SNICKET
A series of unfortunate events - The bad beginning (1999)


viernes, 7 de marzo de 2008

Y si los árboles crecen

Muy débil, por debajo de las voces de sus compañeras de clase, Yanira ha sentido palpitar la madera de su mesa.
El maestro escribe la lección en la pizarra. El polvo de la tiza le ha manchado el pantalón negro por detrás. El sol se cuela por la ventana. Es el primer día de primavera.
Yanira vuelve a sentir el latido de la mesa de su pupitre. Deja el lápiz a un lado y apoya ambas manos sobre la madera. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos sintiendo aún el latido en las palmas de las manos. Elena, que se sienta en el pupitre de delante, se vuelve hacia ella y se ríe con el coletero entre los dientes. Luego termina de trenzarse un largo mechón de pelo negro y le susurra algo a Marta que está sentada en el pupitre a su lado. Marta pasa una notita a las de delante. Las de la primera fila ríen, histéricas, con esa risa aguda que se clava por todas partes. Entonces Yanira siente latir la madera otra vez, sólo que ahora no es solo un latido, sino una pequeña sacudida. Yanira se encoge en el asiento, para ver por debajo y allí, en medio de una de las patas de su pupitre está brotando una ramita. Yanira oye su nombre y asoma la cabeza por encima del pupitre.
El maestro la mira fijamente mientras avanza hacia ella. El resto de la clase también la mira. Elena enrolla con el dedo una de sus trencitas y la risa de las de la primera fila se le clava en los oídos.
–Señorita Yanira, atienda – dice el maestro – Responda, 7x3.
Yanira se pone de pie para contestar. No sabe la respuesta. La clase entera vuelve a reír. Pero Yanira no los ve. Mira entrecerrando los ojos y sí, allí están, creciendo por todas partes, ramitas con brotes nuevos. Cerca de la ventana, donde se sienta la hija del jardinero, los brotes ya son enormes y crecen rectos, hacia la luz. Incluso las patas del pupitre de las hijas del alcalde, que siempre se sientan lejos de la luz para que no se les estropee la piel, tienen unas hojitas tímidas que miran hacia la ventana.
Yanira sonríe. La clase entera huele a primavera y a madera creciendo.
-Señorita, salga a la pizarra y copie.
La voz del maestro la sobresalta. Mientras camina hacia la pizarra tiene que tener cuidado para no pisar las ramas que han crecido más y casi le llegan hasta la cintura. Sube a la tarima y de la caja de tizas que tiene el maestro encima de la mesa coge una de color azul. Atrás escucha de fondo la voz flotando del maestro que continúa la lección por encima del murmullo de las ramas movidas por el viento. Sujeta la tiza con dos dedos y se pone de puntillas para llegar a la parte de arriba de la pizarra. Entonces se da cuenta de que no ha cogido una tiza. La pone sobre la palma de la mano y la gira. Yanira ve, asombrada, que en realidad es una oruga. El maestro sigue hablando a la clase así que se da la vuelta un segundo y se vacía la caja de las tizas en el bolsillo. Por el rabillo del ojo ve como los pupitres casi han desaparecido y ahora son árboles que llegan a tocar el techo de la clase. Yanira siente moverse las orugas en su bolsillo y las saca. Abre la mano con cuidado para que ninguna se caiga. Hay dos verdes, una azul, una amarilla y 5 blancas. Las verdes intentan treparle por el borde la de manga pero Yanira pone la otra mano y les impide el paso.
-La tabla del nueve ¿quién me la dice?- escucha decir al maestro – Señorita Lanseros.
El maestro se vuelve hacia la pizarra mientras una de las hijas del alcalde recita. Yanira vuelve a meterse las orugas en el bolsillo pero una se le cae y rueda debajo de la mesa del maestro.
-¡Vacíese los bolsillos! Señorita Yanira.
Yanira apenas ve al maestro entre los árboles. Niega con la cabeza.
-¡Vacíese los bolsillos, he dicho!
El maestro sube a la tarima y le saca la mano del bolsillo a la fuerza. Yanira grita pero el maestro le arranca las tizas de la mano. La arrastra hasta la esquina de la clase y la pone de cara a la pared.
-No se mueva o… o…
Yanira se queda allí, mirando la pared y escuchando los cuchicheos de sus compañeras y la risa histérica de las de la primera fila. De pronto todo se queda en silencio y luego Yanira escucha unos golpes fuertes. Y se da cuenta de lo que están haciendo. No quiere pensarlo pero lo sabe. Están cortando los árboles. Yanira escucha como se van rompiendo las ramas, escucha otra vez la risa histérica de las de la primera fila y se imagina a Elena y a Marta con su media sonrisa como cuando la miran a ella Marta aplastando los brotes todavía tiernos de las ramas más bajas y Elena mirándola divertida y enrollándose con el dedo una de sus negras trencitas. Le entran ganas de salir corriendo y pegar a las niñas del alcalde para que dejen de reírse de cómo la hija de su jardinero le da patadas a los troncos. Yanira quiere salir corriendo pero sigue allí, con la cara pegada a la pared.
Aunque se han ido ya –sus compañeras salieron corriendo empujándose para salir las primeras– Yanira sigue con la cara pegada a la pared. Se gira poco a poco y ve los pupitres. No tienen ramitas, no tienen hojas ni brotes nuevos. Baja de la tarima despacio y pasa la mano por encima, acariciando la madera. “Ahora están muertos” se dice. Cierra los ojos y siente el tacto rugoso bajo su mano. Fuera se va haciendo de noche. Yanira sale de la escuela y se pone los libros sobre la cabeza. Está empezando a llover.