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o 1 BUZÓN AGENDA PARA LEER ANDANDO HUELLAS AJENAS LITERATURAENBREVE

lunes, 29 de diciembre de 2008

Cocodrilo (fragmento)

El cocodrilo había crecido, de eso estaba seguro. Se había acomodado debajo de nuestra cama, entre unos cojines de lana roja que Sarah se había traído de casa de su madre. Traté de sacarlo. Era ahora ya casi tan largo como mis piernas pero lo único que logré fue que abriera la boca con una sonrisa malévola, me enseñara los dientes y con un movimiento de la cola, se internara entre el montón de cojines como si estos no fueran nada más que un lago de color rojo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Tafonomía

El esqueleto de dinosaurio estaba en aquella playa, enterrado bajo la arena. No me quedaba ninguna duda. Había pasado tardes y tardes en el museo, embobado con todos aquellos fósiles y podía decir con toda seguridad que lo que había debajo de la arena también lo era.
Esperé a que las condiciones fueran las adecuadas. La marea estaba a punto de subir y dejaría nuevos sedimentos.
Con una pala rodeé el contorno de aquel hueso que tendría más o menos mi altura, y lo fuí desenterrando poco a poco. Cuando por fin conseguí sacarlo de la arena lo observé de cerca. Estaba perfecto. Tendría más de setenta millones de años pero todavía podían apreciarse los detalles, los surcos de los vasos sanguíneos en los extremos y la herida que había dejado un cuerno en alguna pelea.
Arrastré el hueso por la arena hasta el agua. Tenía que asegurarme de que nadie encontrara el yacimiento, se pusieran a excavar, lo desenterrara y acabaran por estropearlo todo.
Ahora ya sólo quedaba asegurarme de que el hueco que había dejado el hueso era suficientemente grande. Me tumbé dentro y comencé a cubrirme con la arena. Podía notar la conexión con los demás huesos en mis pies, en mi cabeza.
"Las condiciones de fosilización son excelentes" pensé unos segundos antes de hundirme por completo, notando ya la arena húmeda a mi alrededor, y que la marea, por fin, había subido.

viernes, 21 de noviembre de 2008

En el Ártico

Mientras, me abalanzo sobre ella para que aquel oso polar no la devore, como ha hecho con mi novia anterior. Porque tenía claro que me quería casar en el Ártico con los invitados entremezclados con pingüinos y focas.
Mi novia me había mirado desde el fondo del inmenso abrigo que le cubría con pelusa su deliciosa naricilla. Casi dijimos “sí, quiero” pero el oso se la ha llevado a rastras.
Como ya no hay nada que pueda hacer, aunque ella sigue gritando desde lejos, miro disimuladamente a los invitados, buscando alguna naricilla menuda y tierna que asome entre la pelusa acolchada del gorro polar.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Relatos en cadena

Esto es lo que dicen:

Este libro es el resultado de cuarenta y tres martes de relatos radiofónicos y de una cuidada y exigente selección que nos deja en papel unos textos que afirman, con la fuerza de su calidad, que la ficción y la radio han vuelto a encontrarse y que el idilio puede ir para largo.



Yo me conformo con la sensación de estar ahí, escogida, de entre los muchísimos cuentos que les llegaban todas las semanas.

Para leer el ganador y el prólogo
Para leer la nota en la web de Alfaguara

viernes, 31 de octubre de 2008

Porcelanas

No es que no te quiera, amor —le digo a veces—. Es que me pone nerviosa que te comas la taza de té al acabar.
Quizás es por eso por lo que me mira y sonrié tanto cuando, por cada cumpleaños, le compro un juego nuevo de porcelanas chinas.

martes, 21 de octubre de 2008

Migraciones, regresos

Los escarabajos, dicen, no migran. Son pequeños y duros, resistentes. Sobre todo los que tienen cornamenta.
—¿Dónde vas con eso? —susurraría alguien en algún corrillo.
Por eso, y no por otra cosa, prefieren quedarse en casa, debajo de una corteza o de un banco de madera despintado o incluso pueden meterse debajo de la gorra que un niño haya tirado al suelo para ir a jugar al fútbol.
Cuando el niño vuelva pondrán su mejor cara de asustar, para que el niño suelte la gorra y corra hacia su madre.
—Mamá, hay un ciervo debajo de mi gorra —dirá.
Y la madre, que hablaba con otra madre —o con varías madres a la vez— dirá que es hora de volver (de migrar) hacia casa y darse un baño caliente.
Los escarabajos, cuando sea invierno y fuera no haya más que blanco, dejarán que sus niños, ya algo crecidos, practiquen sus clases de pintura en las paredes de tela.

. . . . . . . . . . .

Vuelve el Premio de Relato Mínimo Diomedea. Pincha en la imagen para leer las bases:

jueves, 16 de octubre de 2008

El agua desde arriba

Levanta la tapa de la pecera para mirar el agua desde arriba. Se sacude los restos de confeti que le han quedado en el pelo con la mano, y uno de ellos cae al agua. Hay peces azules, naranjas, y blancos, lo que más. También ha visto uno de esos peces aspiradora, tan locos como su madre por dejarlo todo limpio, limpio.
―Es curioso lo de los elefantes ―escucha decir a alguien.
Los demás se han sentado en torno a la tele, y Sara pasa con las manoplas puestas, a punto de sacar la tarta del horno, deja sobre la mesa una cubitera y una jarra y se esfuma corriendo hacia la cocina.
Los peces siguen de una esquina a otra, ondulando como una lámina de papel albal bajo el agua. En cuanto pueda apartar la vista de los peces, se girará hacia la mesa y cogerá los hielos. Irá vaciando todos los cubitos sobre el agua. Cuando pueda apartar la vista de los peces, piensa. Al fondo, alguien hablará de la longitud de los agujeros de gusano.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Lo dice un cuentista...

Julio Cortázar

Un cuentista es un hombre que de pronto, rodeado de la inmensa algarabía del mundo, comprometido en mayor o menor grado con la realidad histórica que lo contiene, escoge un determinado tema y hace con él un cuento. Este escoger un tema no es tan sencillo. A veces el cuentista escoge, y otras veces siente como si el tema se le impusiera irresistiblemente, lo empujara a escribirlo. En mi caso, la gran mayoría de mis cuentos fueron escritos -cómo decirlo- al margen de mi voluntad, por encima o por debajo de mi conciencia razonante, como si yo no fuera más que una médium por el cual pasaba y se manifestaba una fuerza ajena.[...]

[...]A mí me parece que el tema del que saldrá un buen cuento es siempre excepcional, pero no quiero decir con esto que un tema debe ser extraordinario, fuera de lo común, misterioso o insólito. Muy al contrario, puede tratarse de una anécdota perfectamente trivial y cotidiana. Lo excepcional reside en una cualidad parecida a la del imán; un buen tema atrae todo un sistema de relaciones conexas, coagula en el autor, y más tarde en el lector, una inmensa cantidad de nociones, entrevisiones, sentimientos y hasta ideas que flotaban virtualmente en su memoria o su sensibilidad; un buen tema es como un sol, un astro en torno al cual gira un sistema planetario del que muchas veces no se tenía conciencia hasta que el cuentista, astrónomo de palabras, nos revela su existencia. O bien, para ser más modestos y más actuales a la vez, un buen tema tiene algo de sistema atómico, de núcleo en torno al cual giran los electrones; y todo eso, al fin y al cabo, ¿no es ya como una proposición de vida, una dinámica que nos insta a salir de nosotros mismos y a entrar en un sistema de relaciones más complejo y más hermoso?[...]

[...]Y ese hombre que en un determinado momento elige un tema y hace con él un cuento será un gran cuentista si su elección contiene -a veces sin que él lo sepa conscientemente- esa fabulosa apertura de lo pequeño hacia lo grande, de lo individual y circunscrito a la esencia misma de la condición humana. Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Nuestro alcalde

Cuando el alcalde se acercó al cañón, supimos que deberíamos convocar elecciones. Estabamos en la plaza, esperando al pregón de las fiestas. El alcalde se retrasaba según la costumbre. Fue extraño verle salir del coche oficial con unas mallas azul y amarillo, como de superhéroe, y un casco bajo el brazo.
―Queridos ciudadanos... ―comenzó diciendo.
No terminó la frase. Se nos quedó mirando, seguramente asombrado por el impecable silencio que se había hecho a su alrededor. Se encajó el casco y se deslizó dentro del cañón después de pedirme que le prestara el mechero. Yo ―como todo buen teniente de alcalde debe hacer― me ofrecí a encender la mecha yo mismo.

martes, 9 de septiembre de 2008

Vuelve el concurso de microrrelatos de Escuela de Escritores

Esta es la frase de inicio:

"Cuando el alcalde se acercó al cañón, supimos que deberíamos convocar elecciones"
100 palabras más máximo. Y enviarlo aquí para participar antes de las 12:00 del viernes.

jueves, 21 de agosto de 2008

Algo de comer

Se ha escondido en mi garaje, entre las bicicletas y los tubos para montar el toldillo del jardín. Apenas habla y a veces le escucho salir a escondidas por las noches. Yo le suelo preparar algo de comer y se lo dejo junto a la puerta, por si tiene hambre y quiere salir. Sé que es inútil, pero aún así lo sigo intentando.
Me lo ha contado ―sí, me ha contado por qué se oculta― y me ha dicho que tiene miedo. De momento sólo roba piezas pequeñas, como los tubos de escape y las juntas de los motores. Y llega con la cara negra, tendré que recordar bajarle una toalla la próxima vez.
―Sólo cosas pequeñas ―me dijo con la boca llena cuando le encontré con un limpiaparabrisas en la mano, todavía a medio masticar.
Sólo cosas pequeñas, eso me asSólo cosas pequeñas, eso me asegura. Me pregunto si sabe que después ya no podrá calmar su hambre sólo con los limpiaparabrisas o los retrovisores y necesitará el coche entero. Y luego quizás empiece con los autobuses y los camiones. Lo que no sé es qué irá después, hace días que trato de no salir de casa.egura. Yo sé que no, que luego necesitará el coche entero. Y empezará con los autobuses y los camiones.
Cuando hoy he bajado a hacerle compañía me ha ofrecido un delicioso pedazo de neumático. He tratado de recordar porqué no salgo de casa desde hace dos semanas.
Trato de concentrarme en esa razón mientras cojo la tuerca que me ofrece y me la llevo a la boca.
—Tendré que volver a dejar la luz del porche encendida ―me digo, mientras cojo la segunda tuerca y mastico despacio.

jueves, 7 de agosto de 2008

The white cliffs

―¿Quién pinta los acantilados de blanco? —le preguntas a ese niño sentado en la arena, debajo del arco.
Él te mira. Comprende.
—Sólo te puedo decir que lo hacen por la noche —dice, y vuelve la cara hacia el mar, otra vez.

miércoles, 30 de julio de 2008

Frambuesas

Mamá siempre se lleva el enorme cuchillo que utiliza para trocear la carne cuando sale a pasear a los perros. Lo esconde en el bolso y luego ata a los perros en las correas. También coje la cesta. En cuanto llega a los árboles suelta a los perros y nos saluda con la mano.
Al volver nos trae frambuesas. Nosotros las devoramos con gusto. Son jugosas y rojas, muy rojas. Puede que por eso se lleve el cuchillo, para traernos la cesta llena de frambuesas. Aún así nunca hemos sabido por qué uno de los perros vuelve siempre cojeando y al llegar a casa se tumba en una esquina, lo más lejos posible de mamá, para lamerse una herida profunda en el cuello.

lunes, 28 de julio de 2008

The Dark Knight

The Joker:
"You won't kill me out of some misplaced sense of self-righteousness...and I won't kill you because...you're just too much fun."

The Joker:
"See, I'm a man of simple tastes. I like gunpowder...and dynamite...and gasoline! Do you know what all of these things have in common? They're cheap!"

Harvey Dent:
"The famous Bruce Wayne. Rachel's told me everything about you."
Bruce Wayne:
"I certainly hope not. "

Alfred:
"I suppose they'll take me in as well, as your accomplice. "
Bruce Wayne:
"Accomplice? I'm going to say the whole thing was your idea."

Alfred:
"Were you mauled by a tiger?"
Bruce Wayne:
"It was a dog... "
Alfred:
"Huh?"
Bruce Wayne:
"It was a big dog!"

The Joker: [to Batman]
"We really should stop fighting, we'll miss the fireworks!"




THE DARK KNIGHT (2008)
Dir. Cristhopher Nolan

martes, 15 de julio de 2008

Fallo del XX Jóvenes Creadores 2008 del Ayuntamiento de Madrid


Pulsen. Pulsen aquí...

lunes, 7 de julio de 2008

Guías imprescindibles

El libro había quedado sobre los papeles del envoltorio, en la mesa de la cocina. Ella le había dado el paquete y luego se había escabullido sigilosamente hacia la puerta. Había susurrado un leve adios.
Por eso ahora él miraba fijamente el libro, los papeles y las copas vacías sobre la mesa. Y después de un rato seguía sin entender.
—Guía canina para la supervivencia ―se leía en letras grandes y blancas sobre la portada—. Volumen 1: Vida en la ciudad de los gatos.

lunes, 30 de junio de 2008

El gato de la maleta (VI)

La tercera vez —la última— no debimos haber abierto la maleta. No había pasado demasiado tiempo. Víctor volvía por un fin de semana y se traía una compañera de clase. No perdió tiempo en presentárnosla.
―Maika ―dijo y nos señaló―, estos son Pedro y Valentín.
Yo me sonrojé un poco al darle dos besos. Ahora reconozco que quizás no debí contarle la historia de la maleta porque ―de eso estaba seguro― nunca debimos abrirla aquella vez.
Preparamos una merienda en el campo. También era un día caluroso, de lagartijas en las piedras, y mientras Maika recogía un par de piedras lo suficientemente gordas como para sujertar el mantel, nosotros nos miramos. Esperamos unos segundos.
―¿Y la maleta? ―dijo Víctor.

sábado, 21 de junio de 2008

El gato de la maleta (V)

[...] Entonces —debía ser tarde, ya no quedaban pájaros—, vimos como el gato sacaba una pata por entre las tapas y tocaba, rozaba apenas, la tierra de debajo. Nos debimos de quedar mudos. Escuchamos como erizaba el pelo y sacaba las uñas y como luego volvía al interior de su maleta —porque era su maleta— sin más aspavientos, sin que el mundo hubiera cambiado en absoluto. Aún así nos apresuramos a encerrarlo allí dentro, de golpe.
—Nunca más —nos dijimos.
Luego Víctor cargó su equipaje en el coche y Pedro volvió a casa. Yo todavía me quedé un rato más, pensando en el abuelo. [...]

martes, 17 de junio de 2008

El gato de la maleta (IV)

[...] ―Quiero verlo.
Dijo eso. No dijo me gustaría verlo o quizás podríamos abrirla y mirar dentro. Quería volver a verlo así que apoyamos la maleta en el suelo, deslizamos los cierres metálicos hacia arriba que se abrieron con un clic suave y asomamos los ojos en aquel pequeño lugar oscuro desde donde ―sabíamos, ya lo sabíamos― el gato no había dejado de mirarnos desde el principio. La dejamos entreabierta y nos sentamos en torno a ella toda la tarde. Bromeamos sobre la novia de Pedro, quedamos en reparar la cabaña del árbol, nos acordamos del abuelo, de la tarde caliente cuando murió y luego nos quedamos en silencio mirando la maleta. Habíamos puesto un palo entre las tapas para que no se cerrara del todo. Y mirábamos —realmente nunca supimos cuanto tiempo habíamos pasado mirando aquella maleta vieja, tumbada en la hierba— tratando de escuchar como el gato maullaba desde dentro. [...]

lunes, 16 de junio de 2008

Un año


Pues eso, este jardín cumple un añito. Nunca hubiera pensando que podría mantenerlo tanto tiempo, yo que soy de naturaleza vaga. Pero me alegro. Me alegra saberos al otro lado (o escondidos entre la hierba). Me alegra tener la oportunidad de haberos conocido en vuestros blogs y a algunos en persona.
Blogger dice además que esta es la entrada 107. Y el contador verde dice que en un año más de 12.000 personas se han pasado por aquí.
Por ello, gracias.

domingo, 8 de junio de 2008

Accidentes caseros (5)

—Pon el plato de postre en su sitio —le dijo su madre—, si quieres tarta otro día.
Pero cuando se acercó al lavavajillas ―el hermano mayor lo había dejado abierto, enseñando las fauces― cayó dentro y la puerta se cerró detrás de él.
Se tapó la nariz y aguantó la respiración todo lo que pudo. Al salir la ropa le había encogido y tenía los calcetines del color de la camiseta. Aún así buscó a su madre.
—No quiero nunca más tarta de chocolate —le dijo―. El próximo día cómprala de fresa.
Luego subió corriendo a su habitación, orgulloso, imaginando que había sido un león quien le había mordido en el brazo.

sábado, 7 de junio de 2008

El gato de la maleta (III)

[...]—Asomaros, venga, que no muerde —nos decía el abuelo.
Abrió la maleta despacio, como cuando se abre un tesoro al que la luz puede hacer daño, y nosotros nos inclinamos sobre el borde, de puntillas, apoyando las manos en la cama, con aquella sensación de tener un nudo recién apretado en algún lugar del pecho. Fue cuando vimos a ese gato pequeño, encogido en una esquina.
Y cuando volvimos a abrir la maleta, el día en que Víctor se marchó a estudiar fuera, el gato seguía exactamente en el mismo lugar. Estaba allí agazapado, pequeño —pero no era un cachorro, eso siempre lo supimos—, maullando bajito para no alertar al mundo más allá de la maleta. Tenía los ojos muy grandes, muy negros, y una mancha pelirroja sobre el lomo blanco.
—¿Quién se lo queda? —preguntó Víctor mirándome a mí.
Pero ya lo sabíamos todos, como si fuera algo pactado de antemano tenía que ser yo quien se quedara con la maleta. Al menos hasta que volvieran, hasta que nos viéramos todos otra vez. Entonces Víctor, acercándose más a nosotros, bajo la voz y dijo aquello.[...]

miércoles, 4 de junio de 2008

El gato de la maleta (II)

[...]—Pero abuelo... —parecía que estábamos a punto de decir, y no llegábamos a atrevernos.
—¡La maleta! —nos volvió a gritar.
Pedro y yo cogimos cada uno por un lado y la dejamos encima de la cama, al lado del abuelo.
—¿Sabéis lo que hay dentro? —nos preguntó inclinándose hacia delante, bajando la voz hasta hacerla casi un susurro.
Luego sonrió al ver que movíamos la cabeza asustadsuos porque lo único que sabíamos de aquella maleta era lo que la abuela gritaba cuando el abuelo llegaba de algún viaje.
—Esa maleta vieja —decía— parece que lleves muertos en ella.
Pero no, no había ningún muerto. Aquel día caliente y amarillo —veinte minutos antes de que el abuelo muriera— fue la primera vez que vimos al gato de la maleta. Luego, sólo lo veríamos dos veces más en toda nuestra vida.[...]

miércoles, 28 de mayo de 2008

Primer párrafo de cuento, para evitar la sequía bloguera preexámenes


EL GATO DE LA MALETA

El abuelo nos dejó su vieja maleta como herencia. Murió despacio, seguro de sí mismo, como había sido siempre. El abuelo tenía sus cosas raras y aquel día —yo recuerdo un verano caliente, de lagartos tomando el sol hasta el último rayo de la tarde— nos pidió que le fuéramos a buscar esa maleta pequeña, de cuero, llena de pegatinas de colores, que llevaba siempre allá donde fuera. Víctor y Pedro aún no habían cumplido los siete y yo apenas pasaba de los nueve.
—La maleta, rapaces, venga, que me muero —nos había insistido—. No tengo todo el día.
Nosotros, que nunca habíamos visto al abuelo así, casi muerto, no dejábamos de mirarnos la punta de los zapatos negros que la abuela nos había hecho poner.[...]

martes, 20 de mayo de 2008

Accidentes caseros (4)

Dice mi hermano que para esconderse de verdad hay que hacerlo debajo de una alfombra. Por ejemplo la alfombra del salón.
La alfombra del salón es una ja-ra-pa —vamos, repite, niño, dilo despacio—, con flecos a los lados, con hilos por todas partes.
Para esconderse de verdad hay que colarse por una grieta (o una arruga) que alguien descuidado haya formado en la alfombra. Hay que cubrirse bien, pegarse al suelo frío, sentir la sangre fría en las palmas de las manos.
Luego hay que esperar a que salga el sol y empiece a calentarnos por encima. Acechar hasta que no se pueda más, y se necesite volver irremediablemente a la luz. Hasta que mamá diga "se ha colado una mosca en casa" y tú salgas de la grieta y ¡zas!, la atrapes de un lengüetazo.

sábado, 17 de mayo de 2008

¿Cómo podemos saber que esto no es un sueño?

—Entonces, ¿cómo podemos saber que esto no es un sueño? —decía Ana.
El fotógrafo levantó la cabeza sobre la cámara.
―Un poco más a la izquierda, Marcos ―me dijo.
Yo, obediente, me apreté un poco más. Ella seguía cuchicheándome aquello del sueño.
―Los sueños no tienen el cielo de color azul ―le dije.
Pero al volverme hacia ella vi que se había quedado congelada. El fotógrafo también, con la foto en la mano. Se la quité y la miré. Al lado de Ana empezaba a aparecer una silueta. Dí un paso atrás y sacudí la foto, con todas mis fuerzas. Aquella silueta, me dije, no debía aparecer del todo.

viernes, 9 de mayo de 2008

Se oye un murmullo fuera de la casa

—¿Sabe? ¿Esos patos que hay siempre nadando ahí? En primavera y eso. ¿Sabe usted por casualidad dónde van en invierno?
J.D.SALINGER
El guardián entre el centeno (1945)


Ahora, sentado aquí, escribiendo estas líneas, estoy bastante seguro de que los pájaros de Hansel y Gretel han terminado de picotear nuestros cuentos y ya no nos queda comida para alimentarlos.
Wilhelm no me deja asomarme a la ventana. Me ha pedido que escriba esto y lo deje sobre la mesa. No me ha dicho nada más. Se oye un murmullo fuera de la casa cada vez más fuerte. Temo que ahora vengan a por nosotros.

domingo, 4 de mayo de 2008

Preguntas directas

A la mujer indecisa le gusta —podría decirse que adora— que le hagan preguntas directas. Porque ella es sincera, sobretodo. Siempre ha pensado que no sería capaz de decirle una mentira a nadie.
Pero si a la mujer indecisa le hacen una pregunta indirecta ella se bloquea, le tiembla la cabeza y no puede mirar fijamente a ningún lado. Si no le hacen una pregunta directa contestará cualquier cosa. A saber:
—No lo sé. No guardo hielo debajo de la cama —dirá si alguien le pregunta cómo se lo pasó en la fiesta de trabajo del sábado pasado.
—Lo siento, pero no colecciono cacahuetes —le contará a cualquiera que le pregunte por la dirección de una calle.
Ella prefiere cosas así:
—¿Están terminados los informes del viernes? —le preguntará su jefe.
Ella, satisfecha por la pregunta, sonreirá de oreja a oreja y mirará profundamente a los ojos del hombre que es su jefe (aunque no sabría decidir si es lo bastante guapo para ella), él le devolverá la mirada hasta que ella diga, con una seguridad aplastante:
—No. Los informes no estás terminados.

sábado, 26 de abril de 2008

Accidentes caseros (3)

—¡Pero qué has hecho, niño! —me grita mamá.
Yo estoy sacando al pajarillo de la lavadora. Ella no para de gritarme y me sube y me encierra en mi habitación. Castigado, dice. Y me lo quita sin ni siquiera darme tiempo a explicarle por qué estaba tan sucio.

miércoles, 23 de abril de 2008

Día del libro / Por eso había decidido

Para Lucas, por la idea

Al escritor a tiempo parcial nunca le habían escuchado cuando decía aquellas cosas, extrañas a los oídos de los demás. Por eso había decidido. Ese día el escritor que sólo podía escribir en su tiempo libre había apartado la mesa y las sillas contra las paredes del salón. Había elegido los mejores libros, los libros de su vida, aquellos que todavía buscaba por la noche al despertar de un mal sueño. Eran dos pilas grandes que, al escritor que siempre quiso dedicarse a escribir pero no tenía tiempo, le parecían casi hermosas con aquella luz amarillenta. Pero había decidido.
Entonces cogió uno de los libros, lo abrió, lo acarició, leyó un poco aquí y allá, y cuando encontró el lugar exacto, con un gesto preciso y rápido para evitar el dolor, arrancó la página y la dejó a un lado.
El escritor a ratos tuvo que sujetarse la cabeza con la mano, coger aire, mirar hacia los demás libros con cariño. Pidiendo perdón. Aún así cogió el siguiente, porque había decidido hacerlo. Aquel lo había leído de niño, en la escuela, escondiéndolo debajo de un libro de texto mientras la maestra se afanaba con los números. Arrancó tres páginas y sacudió la cabeza antes de coger otro libro más.
Cuando acabó, los montones yacían desordenados, revueltos por el suelo. El escritor que no podía dedicarse a escribir, sin soltar aquellas hojas arrancadas, cogió la cinta adhesiva que había tenido buen cuidado en dejar preparada.
Empezó por los pies, era lo más fácil. Fue pegándose las hojas una a una a la piel. De vez en cuando paraba y volvía a leer el fragmento que había quedado a la altura de la rodilla, o el que le colgaba de un costado. A veces sonreía, con esa sonrisa triste de quien sabe que no puede tenerlo todo. Pero lo único que podía importarle en ese momento, lo había decidido así, era el cosquilleo de las páginas sobre el cuerpo, el estar cubierto de tinta y papel; el saber que, poco a poco, cuando se acurrucara pensando en el poco tiempo de su vida que había dedicado a escribir, al final se estaría convirtiendo en su propia historia.

domingo, 20 de abril de 2008

Cosas de la feria

Mejor el dragón que mamá —digo, pero los dos, papá y mamá, que todavía están sujetando mi mochila, me miran raro.
—¿Dragón? ¿Qué dragón, Jaime? —me pregunta papá y mamá le toca el brazo, calmándole.
Los tres me miran. Está mamá, está papá y está ese estúpido dragón que también me mira.
Mientras, la fila para montar en aquella atracción va alargándose, con otros niños. Sólo sé que tengo que elegir: mamá o el dragón (papá dijo que no subiría). Sólo tengo que acercarme a mamá, tirarle del brazo y darle un beso en la mejilla. Sólo eso. Pero no lo hago.

sábado, 19 de abril de 2008

Cafés, bares y pubs

Calidoscopio [panfletoculturheterogéneo] celebra su segundo aniversario con "unas cañas, con un café, con una copa de champán en alguno de esos espacios tan recurrentes en nuestras vidas como en nuestras artes."
Y en la sección que dedican a espacios inventados hay un pequeño texto mío, que hace un tiempo publiqué también aquí, pero que no dejo de querer compartir con todos vosotros.



Accidentes caseros (2)

—Oh, venga, no miréis así al pobre microondas ―decía mamá—. Es demasiado joven para saber que no importa que el horno sepa que tiene miedo.
—Miedo ¿de qué? —preguntó el niño pequeño, curioso.
Su hermano se agachó y se lo dijo al oído. Con una sonrisa maliciosa le vio irse corriendo y meterse en la lavadora entre los calcetines blancos y húmedos que todavía estaban allí dentro.

viernes, 18 de abril de 2008

Correos

Mejor el dragón que mamá, eso estaba claro. No, no es que tengamos nada contra mamá. Y menos desde que el cartero nos dejó plantado aquel dragón en la puerta de casa. Es solo que nos pusimos a pensar: “El dragón deberíamos devolverlo.” Incluso habíamos comprado una caja grande, suficientes sellos, y no habíamos olvidado escribir la dirección en un lateral.
Pero cuando fuimos a por el dragón nos miró así, tan de esa forma, que no nos quedó más remedio que coger a mamá, meterla en la caja y devolverla a ella a correos.

martes, 15 de abril de 2008

Accidentes caseros (1)

Mamá mudó la nevera al salón porque, eso decía ella, la cocina era un lugar demasiado peligroso para los electrodomésticos.

jueves, 10 de abril de 2008

Pedro

Aquel niño era yo, aunque ellos no me lo querían decir. Me enseñaban aquella fotografía todas las mañanas. Salía extrañamente feliz, al lado de Pedro, enseñando un escarabajo grande, negro, muy gordo.
—Pedro —me decían.
Me encerraban en la sala blanca. A mí solo. Con la foto.
—Tú eres Pedro.
Pero yo sabía que no, que Pedro era el otro. Hasta que llegó la Seño nueva, me subió a la azotea, me hizo mirar la foto y luego la rompió.
—Ya no hay Pedro. Tú eres Pedro —dijo.
No supe qué hacer y por eso había empezado a gritar, con todas mis fuerzas.

sábado, 5 de abril de 2008

Viajes

Tú, aún no sé por qué, cuando viajas, guardas siempre mi muñeca de lana marrón en alguno de tus bolsillos. Llegas a algún lugar lejano y buscas esa casa antigua, la más antigua, que siempre tienen todas las ciudades. Te sientas entonces, te apoyas en las piedras, en la fachada y sacas la muñeca. Te he visto hacerlo. La haces escuchar, como si creyeras que de verdad puede oír algo.
—Es que lo hace —me dices a veces, al volver.
Y abandonas a la pobre muñeca otra vez encima de la cama, sin querer contarme lo que has visto.
Entonces, una de esas noches siguientes, cuando sé que tú prefieres dormir en el sótano —dices que allí todo es más antiguo— yo abrazo a la muñeca de lana marrón.
—Dímelo, dímelo —le susurro al oído como cuando era pequeña.
Y la abrazo fuerte porque ella sabe mucho más que yo.

miércoles, 2 de abril de 2008

Uno... dos...tres...

Sostenía entre las manos un jarrón de porcelana con tres rosas amarillas de largo tallo.

RAYMOND CARVER
Tres rosas amarillas (1988)

El jueves 10 de abril a partir de las 20.00 h tendrá lugar la inauguración de tres rosas amarillas, la primera librería española especializada en relato, en un acto que correrá a cargo de José María Merino, Eloy Tizón, Clara Obligado y Javier Sagarna.
San Vicente Ferrer, 34 (esquina Plaza dos de Mayo. Metros Bilbao, Noviciado y Tribunal)

sábado, 22 de marzo de 2008

Discrepancias

Ella, impaciente, seguía esperando a que se decidiera. Pero él no parecía dispuesto a ceder. Estaba de pie, mirándola, con la bata abierta y en calzoncillos.
—No, cariño. No hasta que no saques a la serpiente de nuestra cama —decía moviendo apenas la cabeza, de un lado a otro.

lunes, 17 de marzo de 2008

Alacranes

Cleo la levantó y allí la esperaba el alacrán.
—Turipilepa —susurró agarrando todavía la piedra.
El alacrán se movió un poco, pegado a la tierra.
—¡Qué haces! ¡Suelta eso! —le grité.
Nunca me hacía caso, lo hacía a propósito, ella —eso me decía— era la más valiente.
—Turipilepa— repitió acercando cada vez más su cara al suelo, donde el alacrán se pegaba a la tierra.
Cuando mamá nos vio cogió a Cleo fuerte del brazo y se la llevó de allí. A mi me miró, advirtiéndome, aunque no pensaba que pudiera atreverme.
Pero lo hice. Me acerqué temblando poco a poco.
—¿Turipilepa? —dije y luego cerré los ojos.

domingo, 16 de marzo de 2008

No hay cosas felices

If you are interested in stories with happy endings, you would be better off reading some other book. In this book, not only is there no happy ending, there is no happy beginning and very few happy things in the middle. This is because not very many happy things happened in the lives of the three Baudelaire youngsters. Violet, Klaus, and Sunny Baudelaire were intelligent children, and they were charming, and resourceful, and had pleasant facial features, but they were extremely unlucky, and most everything that happened to them was rife with misfortune, misery, and despair. I'm sorry to tell you this, but that is how the story goes.

LEMONY SNICKET
A series of unfortunate events - The bad beginning (1999)


viernes, 7 de marzo de 2008

Y si los árboles crecen

Muy débil, por debajo de las voces de sus compañeras de clase, Yanira ha sentido palpitar la madera de su mesa.
El maestro escribe la lección en la pizarra. El polvo de la tiza le ha manchado el pantalón negro por detrás. El sol se cuela por la ventana. Es el primer día de primavera.
Yanira vuelve a sentir el latido de la mesa de su pupitre. Deja el lápiz a un lado y apoya ambas manos sobre la madera. Cierra los ojos y vuelve a abrirlos sintiendo aún el latido en las palmas de las manos. Elena, que se sienta en el pupitre de delante, se vuelve hacia ella y se ríe con el coletero entre los dientes. Luego termina de trenzarse un largo mechón de pelo negro y le susurra algo a Marta que está sentada en el pupitre a su lado. Marta pasa una notita a las de delante. Las de la primera fila ríen, histéricas, con esa risa aguda que se clava por todas partes. Entonces Yanira siente latir la madera otra vez, sólo que ahora no es solo un latido, sino una pequeña sacudida. Yanira se encoge en el asiento, para ver por debajo y allí, en medio de una de las patas de su pupitre está brotando una ramita. Yanira oye su nombre y asoma la cabeza por encima del pupitre.
El maestro la mira fijamente mientras avanza hacia ella. El resto de la clase también la mira. Elena enrolla con el dedo una de sus trencitas y la risa de las de la primera fila se le clava en los oídos.
–Señorita Yanira, atienda – dice el maestro – Responda, 7x3.
Yanira se pone de pie para contestar. No sabe la respuesta. La clase entera vuelve a reír. Pero Yanira no los ve. Mira entrecerrando los ojos y sí, allí están, creciendo por todas partes, ramitas con brotes nuevos. Cerca de la ventana, donde se sienta la hija del jardinero, los brotes ya son enormes y crecen rectos, hacia la luz. Incluso las patas del pupitre de las hijas del alcalde, que siempre se sientan lejos de la luz para que no se les estropee la piel, tienen unas hojitas tímidas que miran hacia la ventana.
Yanira sonríe. La clase entera huele a primavera y a madera creciendo.
-Señorita, salga a la pizarra y copie.
La voz del maestro la sobresalta. Mientras camina hacia la pizarra tiene que tener cuidado para no pisar las ramas que han crecido más y casi le llegan hasta la cintura. Sube a la tarima y de la caja de tizas que tiene el maestro encima de la mesa coge una de color azul. Atrás escucha de fondo la voz flotando del maestro que continúa la lección por encima del murmullo de las ramas movidas por el viento. Sujeta la tiza con dos dedos y se pone de puntillas para llegar a la parte de arriba de la pizarra. Entonces se da cuenta de que no ha cogido una tiza. La pone sobre la palma de la mano y la gira. Yanira ve, asombrada, que en realidad es una oruga. El maestro sigue hablando a la clase así que se da la vuelta un segundo y se vacía la caja de las tizas en el bolsillo. Por el rabillo del ojo ve como los pupitres casi han desaparecido y ahora son árboles que llegan a tocar el techo de la clase. Yanira siente moverse las orugas en su bolsillo y las saca. Abre la mano con cuidado para que ninguna se caiga. Hay dos verdes, una azul, una amarilla y 5 blancas. Las verdes intentan treparle por el borde la de manga pero Yanira pone la otra mano y les impide el paso.
-La tabla del nueve ¿quién me la dice?- escucha decir al maestro – Señorita Lanseros.
El maestro se vuelve hacia la pizarra mientras una de las hijas del alcalde recita. Yanira vuelve a meterse las orugas en el bolsillo pero una se le cae y rueda debajo de la mesa del maestro.
-¡Vacíese los bolsillos! Señorita Yanira.
Yanira apenas ve al maestro entre los árboles. Niega con la cabeza.
-¡Vacíese los bolsillos, he dicho!
El maestro sube a la tarima y le saca la mano del bolsillo a la fuerza. Yanira grita pero el maestro le arranca las tizas de la mano. La arrastra hasta la esquina de la clase y la pone de cara a la pared.
-No se mueva o… o…
Yanira se queda allí, mirando la pared y escuchando los cuchicheos de sus compañeras y la risa histérica de las de la primera fila. De pronto todo se queda en silencio y luego Yanira escucha unos golpes fuertes. Y se da cuenta de lo que están haciendo. No quiere pensarlo pero lo sabe. Están cortando los árboles. Yanira escucha como se van rompiendo las ramas, escucha otra vez la risa histérica de las de la primera fila y se imagina a Elena y a Marta con su media sonrisa como cuando la miran a ella Marta aplastando los brotes todavía tiernos de las ramas más bajas y Elena mirándola divertida y enrollándose con el dedo una de sus negras trencitas. Le entran ganas de salir corriendo y pegar a las niñas del alcalde para que dejen de reírse de cómo la hija de su jardinero le da patadas a los troncos. Yanira quiere salir corriendo pero sigue allí, con la cara pegada a la pared.
Aunque se han ido ya –sus compañeras salieron corriendo empujándose para salir las primeras– Yanira sigue con la cara pegada a la pared. Se gira poco a poco y ve los pupitres. No tienen ramitas, no tienen hojas ni brotes nuevos. Baja de la tarima despacio y pasa la mano por encima, acariciando la madera. “Ahora están muertos” se dice. Cierra los ojos y siente el tacto rugoso bajo su mano. Fuera se va haciendo de noche. Yanira sale de la escuela y se pone los libros sobre la cabeza. Está empezando a llover.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Todavía algunas veces huele a sangre

Todavía algunas veces huele a sangre y aún así no había querido lavarse las manos. A veces cortando queso en taquitos para echar en la ensalada, estando como en trance, se llevaba las manos a la nariz y se las olía.
—Sí —decía para sí mismo—. Todavía huelen a sangre.
Luego continuaba con lo que estaba haciendo.
A su alrededor la gente se acostumbró a lo que hacía. Y le dejaban. Pensaban que le hacía feliz.
Sólo el día en que cogió por primera vez a su hija en brazos fue diferente. Al dejarla en la cuna y olerse las manos rompió a llorar.

domingo, 24 de febrero de 2008

Amor bacteriano

Pienso regalarte mis péptidoglicanos. Pero sólo si me quieres. ¿Lo haces?

viernes, 22 de febrero de 2008

Todavía

Todavía algunas veces huele a sangre.
—Te quiero —le digo cuando esas noches de luna llena llega tarde, casi al alba. Él se tumba a mi lado con un gruñido. Esos días no me habla, me evita deliberadamente y aún así le espero despierta hasta que aparece al amanecer, cansado y rugiendo. Oliendo a sangre.
—Te quiero —insisto.
Pero él me aparta con excusas.
—No —dice— No, cariño.
Por eso he decidido que mañana le seguiré hasta el parque donde va a buscarlas (¡a esas jovencitas golfas!).
Voy a seguirle y no dejaré que sepa que soy yo. No hasta que por fin me haya mordido.

Ganador en el concruso Relatos en Cadena de Escuela de Escritura y Cadena SER Se puede leer AQUÍ


jueves, 21 de febrero de 2008

Burn it up

Y si alguien pregunta:
—¿Dónde estarás esta tarde?
Otro podría responder:
—Lo siento, hoy sólo haré una cosa. Quemaré libros de Harry Potter.

lunes, 18 de febrero de 2008

Me dijo que me dejaba por otra

Me dijo que me dejaba por otra.
—¿Por quien? —pregunté yo.
Él cogió aire.
Me miró despacio.
Luego se tocó el cuello como cada vez que estaba nervioso, como la vez en la que me propuso viajar hasta aquella ciudad.
—Me voy con Barcelona —me dijo con ojos tristes— ¿Lo siento?

jueves, 14 de febrero de 2008

Cómo ocurren las cosas (o el lugar de dónde vienen)

Para Hank que preguntó

Una muchedumbre le grita al escritor. Están parados delante de su casa —el tercer piso de un edificio blanco, muy blanco— y gritan con enfado hacia las ventanas cerradas. Algunos tiran piedras.
—¿Cómo se te ocurren estas cosas? —gritan.
El escritor sale a la terraza. Él —seguro que sí— preferiría que no se lo preguntaran. No le gustan las multitudes. Prefiere las personas.
—¿De dónde vienen? —la multitud sigue gritando.
El escritor se rinde. Será mejor que se lo diga, piensa. Suspira, mira las caras que esperan conteniendo la respiración allí abajo, esperando que hable. Que él les hable.
—Pues el truco —empieza dubitativo—, el truco es salir por las mañanas temprano a coleccionar saltamontes.
Mira hacia abajo. Sabe que diga lo que diga no le creerán pero aún así le escuchan, quieren saber.
—¿Cómo se le ocurren estas cosas? —dicen, pero es apenas un susurro.
—Aunque un amigo —continúa el escritor— dice que no, que el truco está en que lo que hay que coleccionar no son saltamontes sino rabos de lagartija.
Entre la multitud, sólo se oyen las respiraciones pausadas de quienes escuchan de verdad.
—Y un tercero piensa que en absoluto es ninguna de estas cosas. Me dice que lo que hay que coleccionar son esos trozos de vaquero que se rompen de los pantalones de las adolescentes los viernes por la tarde.
La muchedumbre, ahí abajo, se agita nerviosa.
—¡Habrase visto cosa igual!— decían algunos—. ¡Miente! ¡Miente! ¡Es seguro que lo hace!
Pero otros se lanzaban miradas furtivas y —el escritor estaba seguro— ese viernes saldrían a recolectar trocitos de tela azul enganchados en los salientes de las baldosas de las aceras o en alguna valla baja. Esto le hizo sonreír.
Incluso llegó a pensar que no sería mala idea sacar la colección de saltamontes del desván. Quitarles el polvo un poco quizás y, si el tiempo era propicio, salir a la mañana siguiente. Puede que encontrara uno de aquellos difíciles de ver, uno de esos saltamontes que cualquier coleccionista se pasa la vida buscando.

miércoles, 13 de febrero de 2008

Lo que pensaba

—Venga, niño. Dímelo de una vez.
—¿El qué?
—Eso, lo que pensabas.
Durante unos segundos sólo la mira. Luego le dice:
—Creo que tiendes al borde.

viernes, 8 de febrero de 2008

Soldaditos

Desfilaban despacio, los soldados. Un dos, un dos, los soldados. Hacia la bolsa negra, los soldados. Un dos, un dos. Miraban a mamá, los soldados. Un dos, desfilando hacia la bolsa negra, los soldados, un dos. Llovía. Un dos, un dos. Hacia la bolsa negra. Llovía. En la bolsa negra, los soldados. Con los papeles, con el resto de papeles, los soldados. Ahí van. Ahí vamos, soldados. Miramos a mamá, los soldados, nosotros. Un dos, un dos. Desfilamos. Mamá, desfilamos. Un dos. Mamá. Déjanos quedarnos. Un dos, un dos. En la bolsa negra, un dos, con el resto de la basura, los soldados. Ahí vamos, mamá. Los soldados, un dos, un dos. No más juguetes, soldados. Hemos crecido, mamá.

martes, 5 de febrero de 2008

Maaaaau

No pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando.
—Pero te queda tan bien ese canario nocturno en el hombro...
—¿Vendrás conmigo a sembrar piñones?
—Sólo si me prometes que maullarás bajito.
—¿De veras te gusta mi canario?
—Tanto como cuando matamos la cebra que trajiste a casa. ¿Recuerdas?
—El imbécil estaba mirando
—Olvida al imbécil.
—Me miraba…
—¿Maullarás bajito?
—Sí ¿Cuánto me quieres?
—Te quiero cuando maúllas bajito.
—Aún así tendremos que sembrar los piñones.
—Lo sé. El imbécil nos mirará.
—¿Mau? Mau, mauuu...

lunes, 4 de febrero de 2008

Escalofríos

Ahora ya nadie regala escalofríos.

sábado, 2 de febrero de 2008

No es buena idea

—A veces, llevar un montón de pollitos amarillos en el bolsillo de la chaqueta no es buena idea.
—Tampoco lo sería llevar una bolsa de agua con peces de colores —le dice alguien que pasa a su lado.
—Seguramente no —contesta y se encoge de hombros—. Seguramente no lo sería.

viernes, 1 de febrero de 2008

Turipilepa...

No pude transformarme en princesa porque el imbécil seguía mirando. Yo era un rotulador verde y quería hacerlo, de veras, por ver la sonrisa de mi chico mirándome embelesado.
—¡Turipilepa! —mi chico me apuntaba con la varita.
Sentí el cosquilleo. “Quieta” me dije. “Aguanta” ¡Oh! y sí, el capullo de la fila de atrás me seguía clavando los ojos por todo el cuerpo.
—¡Turipilepa! —decía cada vez más fuerte mi chico.
¡Qué guapo era! Que ganas… y el otro allí, mirándome como si no le importara nada más.
—¡Turipilepa!¡Turipilepa!
No me moví y mi chico acabó por cambiarme por la ególatra del rotulador azul. Y ella se esforzaría, sí. Sólo espero que el imbécil la esté mirando.
Sí.
Mirándola.
Fijamente.

martes, 29 de enero de 2008

Turipilepa

—Turipilepa —susurro agarrando los barrotes de la jaula donde duerme el león.
Mamá mientras tanto le señala los monos a Nacho. Los dos sonrién y no me ven.
—Turipilepa —digo algo más fuerte casi metiendo la nariz entre los barrotes.
Espero a que el león levante un poco la cabeza, a que se ponga de pie y estire las patas.
—¡Turipilepa! —grito cuando empieza a acercarse— ¡Turipilepa, turipilepa! ¡Vamos! ¡Ven!
Entonces me agarran por detrás y yo me sujeto fuerte, todo lo fuerte que puedo a los barrotes de la jaula mientras el león se acerca.
—Turipilepa —digo apenas sin voz porque el hombre que me agarra no me deja respirar.
Trato de arañarle, morderle pero el hombre me sujeta muy fuerte y no me suelta hasta que se asegura de dejarme al lado de mamá que ha avanzado hasta la parte en la que están las jirafas. Mamá me mira, regañándome pero enseguida se vuelve hacia Nacho que le enseña un puñado de hierba a las jirafas. Yo observo alrededor. Unos pasos más allá están los cocodrilos en un pequeño foso. Salto la valla y, con la tripa pegada a la hierba, me deslizo hasta el borde del agua.
Sé que los cocodrilos empezarán a moverse en cuanto los llame.
—Turipilepa —susurro sin miedo—. Turipilepa.

sábado, 26 de enero de 2008

El invento

No funcionó.
Mira con desdén hacia la vaca que rumia en la esquina de su laboratorio.
—No lo entiendo —se repite mientras repasa mentalmente las fórmulas.
Los ministros, la nube de fotógrafos y todo para qué, piensa.
Una alarma le avisa de que es hora de ordeñarla. Se remanga la bata y alcanza uno de los cubos que tiene por el laboratorio. Hacia la mitad, de la leche empiezan a salir sonidos. La quinta de Beethoven para ser exactos.
—¡No, ahora no!—grita—. ¡Cállate!
Pero cada vez va sonando un poco más fuerte.
—¡Cállate! —dice mientras tira la leche por el desagüe—. Cállate, por favor.

miércoles, 23 de enero de 2008

Enero. Febrero

Con una sonrisa, aquel estudiante pelota de la primera fila, se subió a una de las mesas del aula, sacó un mechero y quemó su examen delante de todos nosotros.

viernes, 18 de enero de 2008

Mamá

Y...

Ta ta ta chan. (trompetas)
Prom prom pororororoborm. (tambores)
Ti tirurí tu. (flautín)
Plas (platillos)

II Premio de relato mínimo Diomedea


Una nunca podrá decir lo suficiente el honor que es ganar un concurso como este, pequeñín (de momento) pero del cual sabes el gran valor que tiene. Sí, eso, valor digo y no premio. Porque vale mucho (a mí me ha emocionado más que cualquier otro concurso) saber el cariño, el amor por el cuento que hay detrás de algo así. Vale mucho intuir quienes puede que estén ahí de jurado (y si son los que yo intuyo, creáme, puedo echarme a temblar porque... que hayan escogido el mío —un cuentito así, de una veinteañera pocacosa y todavía aprendiza en esto— es mucho, mucho, mucho). Y lo vale porque muchos otros cuentos merecían el premio, seguro.

Mis felicitaciones al resto, a los finalistas y a los mención especial. El mayor premio es saber que hay tanta gente que todavía ama esto de escribir. Tanta gente que ama el cuento. Mi recomendación: leer los demás cuentos que están en la Bitácora de Sergi Bellver (y también los de la primera edición) y hacer tiempo para ir descubriendo poco a poco cada una de los blogs de los autores, que hay verdaderas joyas.

Gracias.
* * * * * *


—Mamá —digo.
La he atado a la silla, con los ojos vendados, allí en medio de la habitación de los cachivaches. La vacié antes, sí, la habitación. Sólo dejé en la pared aquellos estúpidos platos de porcelana que mamá compraba rotos en el Rastro y que luego unía con miel caliente.
La he atado a la silla, iba diciendo, y me he traído las ratas. Las tengo en los bolsillos. Siete, siete exactas y bullen.
—Mamá —digo.
Gira la cabeza hacia mi voz. Ahora es cuando podría tratar de decir algo, de convencerme ¿de qué? No sé, sólo de convencerme.
Huele las ratas y se estremece.
—Mamá —digo.
Se estremece.
Bajo una rata al suelo. Dejo que corretee. Las esquinas están vacías y vuelve pronto al centro, a la silla, entre las patas, entre sus pies.
—Mamá —digo—. Mamá.

jueves, 17 de enero de 2008

Nuestras tardes del té

Lloraba sobre la tetera. Creo que por eso íbamos siempre a tomar el té allí, en su casa. Era extraño. Incluso fuimos la tarde que murió Elena. Nos reunimos en su casa, como siempre, y ella trajo los tés.
—He llorado sobre la tetera —nos confesó.
Repartió las tazas y fuimos tomando sorbos pequeños mientras Elsa todavía removía con la cuchara.
Hablamos de la nueva sombrerería milanesa que abría al día siguiente en el centro. Decidimos los modelos que compraríamos, y cuales regalaríamos.
Todas alabamos el té, una vez más, como todos los días, antes de irnos.
Elsa se ofreció para comprarle una tetera nueva.
—Conozco una tienda... —empezó a decir.

No tardamos mucho en ir de nuevo a tomar el té. El día del entierro de Elsa. Después de servírnoslo miró largamente a la señorita Irma, nueva en la ciudad, que ese día llevaba una pamela enorme, deliciosa.
—He llorado sobre la tetera —confesó con un gesto dramático.
Bajo la pamela la señorita Irma siguió removiendo su taza. Nosotras hablábamos de la sombrerería y del baile de esa semana.
Antes de irnos, por supuesto, alabamos el té.

miércoles, 16 de enero de 2008

Veinte

Perdí 20 canicas en otoño.
"En 20 días habrás ganado la lotería" me dijo una de las videntes del retiro.
"¡No!"se empeñaban mis primos. Volcaban la caja de rotuladores otra vez y los iban metiendo uno a uno. "No, A. aquí no hay 20."
"Veinte poemas" que decía un poeta. "Y una canción desesperada"
Más de 20 gatos maullando aquella noche.

¿Será que a partir de hoy tengo 20 años?

viernes, 11 de enero de 2008

No desear. Desear

Si el agujero aquella tarde ya tenía el tamaño de un plato de mesa, ¿quién podía decirme que no fuera a ir creciendo cada vez más hasta permitir que cupiera una pelota de fútbol, un ficus amarillento, o uno de esos jarrones funerarios de los museos de Escocia? ¿Quién podía asegurarme que Sara, uno de esos días, no se quebrara en dos al estar perforada como un queso?
Era la hora de tomar decisiones.
No iba a dejar que un agujero gilipollas le cantara a mi mujer.
Así que, mientras tomaba aire y abría la ventana, miré al patio. Y luego me puse a cantar.

MATÍAS CANDEIRA
Un agujero en mitad de mi mujer
La soledad de los ventrílocuos


El agujero del ser. Eso es el deseo.
ÁNGEL ZAPATA
(en clase)

A veces me da por hacer tonterías. Simplemente camino y entro en alguna librería, y no sé porqué pero lo que más deseo en ese momento es ser plana. Acintarme, volverme pequeña y quedar pillada entre uno de esos libros de la estantería. Esperando a que alguien me lleve. Marcando la 175 o la 71. Colgando un poco cuando se acaban las páginas.

* * * * * * *
* * * * * * *
Cada vez me lo planteo más. De verdad. Tengo que dejar de escribir. Lo paso mal, lo paso estúpidamente mal. ¡Es horrible! Créanme, es la pura verdad.
No escribiré más.
Yo no soy escritora.
Esto sólo lo hago por que me da la gana.
No es verdad que necesite hacerlo, que tenga que hacerlo.
Lo he decidido.
Deseo no desear.
No deseo desear.
No.
Pero deseo el deseo.
¡Mierda!

* * * * * * *
[...]Puedo pasarme tardes enteras mirando por la ventana y luego, por la noche, es cuando bajo. Me tumbo en el césped y dejo que las hormigas me correteen por encima de la piel. A veces me duermo y mamá y Diana me encuentran al día siguiente cubierta de hormigas —normalmente son las negras aunque a veces vienen las rojas y los días en los que la tierra huele a lluvia todas tienen alas— y se ponen a gritar. Gritan y gritan que por qué hago eso. Y esos días mamá me encierra en mi habitación y, mientras Diana me vigila, ella se va a llorar al cuarto de baño.[...]
de HORMIGAS
(Verano 2007)

* * * * * * *
—Deseo... deseo...
—Venga, dime, dime qué deseas.
—Pues deseo....
—Por que algo desearás ¿no?
—Sí, sí. Calla. Me desconcentras.
—Dímelo. Dímelo entonces. ¿Qué deseas?
—Creo que no deseo nada.
—¿Nada?
—No. No me entiendes. No es que no desee nada.
—¿Entonces qué es lo que deseas?
—Deseo la nada. Creo. Sí. Eso creo.

* * * * * * *

Quiero pájaros que me miren a los ojos. Quiero desintegrarme en pedazos pequeños. Quiero que el cielo sea verde. Quiero un amigo que se enamore de la sombra de una mujer sobre una tela mientras pinta cuadros. Quiero llorar para siempre. Quiero ser en blanco y negro. Quiero saber que unas cuantas palabras pueden romperme como se rompe el cristal cuando graniza, poco a poco, golpe tras golpe. Quiero tragarme una radio para tener música dentro siempre. Quiero ser una máscara de carnaval en la pared de la habitación de un niño.

* * * * * * *

¿Y por qué no iba a querer ser libro?
No los colecciones. Ámalos.

* * * * * * *

"—¿Sabes lo que me gustaría ser? ¿Sabes lo que me gustaría ser de verdad si tuviera la puñetera oportunidad de elegir.
—¿Qué? Y deja de decir palabrotas.
—¿Te acuerdas de esa canción que dice,
«Si un cuerpo agarra a otro cuerpo, cuando viene entre el centeno...»?
[...]
—Bueno, pues muchas veces me imagino que hay un montón de críos jugando a algo en un campo de centeno y todo eso. Son miles de críos y no hay nadie cerca, quiero decir que no hay nadie mayor, sólo yo. Estoy de pie, al borde de un precipicio de locos. Y lo que tengo que hacer es agarrar a todo el que se acerque al precipicio, quiero decir que si van corriendo sin mirar adónde van, yo tengo que salir de donde esté y agarrarlos. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Sería el guardián entre el centeno y todo eso. Sé que es una locura, pero es lo único que de verdad me gustaría hacer. Sé que es una locura".

J. D. SALINGER
El guardián entre el centeno (1945)

domingo, 6 de enero de 2008

¿No crees?

También la muchacha le pregunta por el gato. Si sabe lo que va a hacer con el gato. El chico Fabián se queda entonces parado. No había pensado en lo del gato. Había pensado en todo, en cómo decírselo, en el póster de Lichtenstein que les regalaron a medias, en todo. Pero no en el gato.
¿Cómo se ha podido olvidar del gato?

VÍCTOR GARCÍA ANTÓN
El simulacro
Amor del bueno (2005)

Desmoronar. Derrumbar. Derruir.
Ser una pared de papel a la que tiran piedras.
Ciertas páginas me tiran piedras.
Y me hacen cachitos pequeños que quedan flotando (tal vez) en el aire.
Podría morirme de gusto.
¿No crees?

sábado, 5 de enero de 2008

Empezar

Empezamos lo que nunca termina para acabarlo cuanto antes.
Empezamos la tarta.
Empezamos diciendo "Te queremos" al árbol del jardín. Y si él no contesta luego lo intentamos con el rosal de la esquina. "Te queremos" decimos. Y eso es todo.
Empezamos un año.
Empezamos un día.
Empezamos un copo de nieve que acaba antes de llegar al suelo.
Empezamos así:

Nos acababan de servir el segundo plato cuando él empezó a mordisquear el libro que yo acababa de regalarle.
Lo había abierto hacia la mitad, lo había olisqueado y luego, empezando por una esquina, lo había roído, como un ratón, hasta dejar sólo unas virutas.
—Está bueno. Deberías probarlo— fue todo lo que me dijo al levantar la vista.