—Pon el plato de postre en su sitio —le dijo su madre—, si quieres tarta otro día.
Pero cuando se acercó al lavavajillas ―el hermano mayor lo había dejado abierto, enseñando las fauces― cayó dentro y la puerta se cerró detrás de él.
Se tapó la nariz y aguantó la respiración todo lo que pudo. Al salir la ropa le había encogido y tenía los calcetines del color de la camiseta. Aún así buscó a su madre.
—No quiero nunca más tarta de chocolate —le dijo―. El próximo día cómprala de fresa.
Luego subió corriendo a su habitación, orgulloso, imaginando que había sido un león quien le había mordido en el brazo.