Imagine un avión transparente
Los aviones deberían ser transparentes, o tener el suelo transparente al menos. Sí, transparentes.
Entonces llegas al aeropuerto arrastrando como puedes las maletas, dos horas antes de subir al avión —eso en teoría, que nunca se sabe— y te pones en la cola de la facturación. Tras comprobar que te pasas por dos kilos —¡dos, oiga, ¿y no haría una excepción?— empiezas a sacar aquellas cosas que no necesitas llevar, ya sea el gel de ducha que comprarás allí o los cinco libros en español que te llevas, aunque teóricamente vayas a aprender inglés. Redistribuyes y voilà, ya está todo, sólo queda esperar la hora y cuarto que te ha sobrado tras la facturación. Es entonces cuando echas de menos esos libros que acabas de sacar de la maleta. Te pones a mirar tiendas pero enseguida se para, tras sentir puñalada tras puñalada al leer los precios de cualquier golosina. —Sí, de cualquiera, fíjese en esos estantes y escaparates llenos de dulces, alguna que otra chocolatina, llaveros, camisetas con el logotipo de la ciudad correspondiente, bolsos, perfumes (¿quién compra perfumes en un aeropuerto?). Fíjense bien—.
Tras cinco interminables minutos empiezas a dar vueltas. Vueltas alrededor de los asientos, vueltas sobre uno mismo, vueltas a la cabeza, vueltas. Apenas pasan otros cinco minutos.
También te puedes asomar a ver los aviones, a ver cómo despegan. Y entonces piensas:
—Deberían ser transparentes.Te quedas mirando hasta que anuncian la puerta de tu vuelo. "Todos los viajeros del vuelo 5473 de Easy Jet con destino London-Gatwick embarquen por puerta 12A"
Buscas la 12A y está en el quinto pino. Curzas puentes transparentes sobre los angares. Sí, fíjese usted, los puentes son transparentes pero los aviones no. Sigue esta pisada...
Entras en el avión, colocas todo y te sientas. Miras por la ventanilla —a veces es hipnótico, mirar las nubes o simplemente el agua desde los cincomil pies a los que dice el piloto que se vuelta—. Pero son ventanillas pequeñas, minúsculas, y ni aún pegando la nariz al cristal consigues ver más que un pedacito de cielo (o quizás sea mar, nunca se sabe) al fondo.
Pero imaginen un avión transparente, aunque sea una low cost. Sería maravilloso. Imaginen primero algo más tranquilo, hagan desaparecer todas esas personas que zumban alrededor. Hagan que sólo quede su asiento, aislado en el centro del avión, con el suelo transparente. Sólo eso, imaginen. Para imaginar mejor quizás quieran escuchar música, y sí, sería perfecto, quizás esa música que suena en los títulos de crédito de una película —The Village— con ese violín virtuoso, genial.
Imaginen entonces, levántense despacio del asiento y piensen como sería mirar a través del suelo transparente del avión.
Túmbense en el suelo, con los ojos cerrados. Y luego abránlos.Al principio, vértigo, un poco, pero luego, luego...
Los aviones deberían ser transparentes.Imaginen un avión transparente.
1 pisaron la hierba:
Es una idea atractiva, aunque creo que para la mayoría de la gente (y seguramente me contaría entre ella) resultaría terrorífico. Si realmente nos viéramos en medio de la nada, digo, sin clavos ardiendo en los que fijar nuestros sentidos para engañarnos.
Claro que, al mismo tiempo, sería una experiencia fascinante. Como sucedería a bordo de un batiscafo transparente. Seguramente habría que prepararse muy en serio psicológicamente para poder afrontar algo así sin volverse tarumba.
Pero qué bonito cuando lloviese o hiciese sol, o protagonizásemos un arco iris... Y qué miedo de noche, sobre todo cuando relampaguease.
También tendría que haber cartelitos prohibiendo girarse hacia atrás cuando alguien estuviese en el cuarto de baño, ¿no? Y más vale que el piloto no se entretenga en comer durante el vuelo o despegar las manos de los mandos si no quiere una rebelión a bordo.
¿Y si en ese avión transparente hubiese un intento de secuestro y se disparase un eventual arma transparente? Todo el mundo podría ver la bala, y luego ya no, solo un chasquido y casi sería como estar allá arriba sin ninguna estructura rodeándonos.
La música que decías de James Newton Howard (hace tiempo me la recomendó una amiga) acompañaría estupendamente cualquiera de los vuelos sin secuestros y sin incidentes. Serían momentos "epifánicos", prístinos.
Para acabar, hacer tan solo una sugerencia y mencionar un inconveniente. Sugerencia: que las bolsas para vomitar también sean transparentes -si no, habría elementos discordantes-. Inconveniente: desde nuestros asientos podríamos ver lo machacados que van nuestros equipajes, lo que podría provocar episodios de histeria entre los pasajeros que a esas alturas ya se hubiesen calmado y se hubieran atrevido a mirar hacia abajo...
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