Cuando una pared es blanca
En Olinda, el que lleva una lupa y busca con atención puede encontrar en alguna parte un punto no más grande que la cabeza de un alfiler donde, mirando con un poco de aumento, se ven dentro los techos las antenas las claraboyas los jardines los tazones de las fuentes, las franjas rayadas que cruzan las calles, los quioscos de las plazas, la pista de las carreras de caballos.
ITALO CALVINO
Las ciudades invisibles (1972)
ITALO CALVINO
Las ciudades invisibles (1972)
Un día, a mediatarde, —una de esas tardes amarillas de otroño—, empiezan a picarte las palmas de las manos. Apenas le das importancia pero el picor se va haciendo más y más fuerte. La gente a tu alrededor empieza a mirarte mal. —Estás loca —dicen pero enseguida se dan la vuelta y vuelven al trabajo, a la revista de quiosco o simplemente a mirar la pared extrañamente blanca.
Pero las palmas de tus manos te siguen picando. Ahora hay un bulto en cada una, apenas del tamaño de una canica. Tratas de seguir con lo tuyo, imitar al resto —quizás entender el por qué de una pared tan blanca—, pero ahora, lo ves claro, los bultos de las palmas de tus manos son en realidad dos ojos, ya tienen párpados.
La gente vuelve a mirarte y acabas por bajar las manos, esconderlas, enganchando los dedos por debajo de la silla. Cierras los ojos para intentar pensar. Cierras todos los ojos. Y luego los abres uno a uno —primero los de la cara y luego los otros—. Parpadeas, guiñas y entrefrunces el ceño y ¿los nudillos?
La tarde se ha vuelto marrón. Todo es extraño y si vuelves a mirar esa pared —esa pared blanca, perfecta— ha cambiado un poco de color. Ahora quizás ya no sabrías decir muy bien si es naranja cuando miras con la mano izquierda o azul si sólo guiñas el ojo derecho.
Pero las palmas de tus manos te siguen picando. Ahora hay un bulto en cada una, apenas del tamaño de una canica. Tratas de seguir con lo tuyo, imitar al resto —quizás entender el por qué de una pared tan blanca—, pero ahora, lo ves claro, los bultos de las palmas de tus manos son en realidad dos ojos, ya tienen párpados.
La gente vuelve a mirarte y acabas por bajar las manos, esconderlas, enganchando los dedos por debajo de la silla. Cierras los ojos para intentar pensar. Cierras todos los ojos. Y luego los abres uno a uno —primero los de la cara y luego los otros—. Parpadeas, guiñas y entrefrunces el ceño y ¿los nudillos?
La tarde se ha vuelto marrón. Todo es extraño y si vuelves a mirar esa pared —esa pared blanca, perfecta— ha cambiado un poco de color. Ahora quizás ya no sabrías decir muy bien si es naranja cuando miras con la mano izquierda o azul si sólo guiñas el ojo derecho.
Para Alberto y César.
En Olinda, en Baucis o en Armilla.
Y que sigais compartiendo ciudades invisibles.
En Olinda, en Baucis o en Armilla.
Y que sigais compartiendo ciudades invisibles.
1 pisaron la hierba:
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Bienvenida a la blogosfera.
Besos orgiásticos.
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