En el Ártico
Mientras, me abalanzo sobre ella para que aquel oso polar no la devore, como ha hecho con mi novia anterior. Porque tenía claro que me quería casar en el Ártico con los invitados entremezclados con pingüinos y focas.
Mi novia me había mirado desde el fondo del inmenso abrigo que le cubría con pelusa su deliciosa naricilla. Casi dijimos “sí, quiero” pero el oso se la ha llevado a rastras.
Como ya no hay nada que pueda hacer, aunque ella sigue gritando desde lejos, miro disimuladamente a los invitados, buscando alguna naricilla menuda y tierna que asome entre la pelusa acolchada del gorro polar.
Mi novia me había mirado desde el fondo del inmenso abrigo que le cubría con pelusa su deliciosa naricilla. Casi dijimos “sí, quiero” pero el oso se la ha llevado a rastras.
Como ya no hay nada que pueda hacer, aunque ella sigue gritando desde lejos, miro disimuladamente a los invitados, buscando alguna naricilla menuda y tierna que asome entre la pelusa acolchada del gorro polar.