Se oye un rítmico puf puf de fantasmas paridos
Esperamos detrás de la puerta.
―Silencio― me dice Silvia.
Saca la daga. Cada vez estoy más nervioso, sin saber cómo pararla. Agarro su brazo. Ella tira hacia atrás.
—No tengas miedo.
Pero no tengo miedo.
También saca el frasquito y echa dos gotas sobre la daga.
—Ya verás —dice—, será rápido.
Abre la puerta de golpe.
Allí están, cubiertos por sábanas blancas.
―¿Pero qué...? ―oigo la voz del abuelo cuando ve la daga.
Podría gritarle a Silvia pero entonces recuerdo que me ha prometido un beso. “Sólo son fantasmas” pienso, mientras la veo hermosa, matando a mi familia.