Ático. Jardín.
Un mañana, ese niño pequeño con ojos vivaces sube al ático y busca su maleta. No la debería haber guardado tanto tiempo, piensa al arrastrarla y sentarse delante. Pero no la abre. El niño de ojos astutos se inclina sobre la maleta pequeña, de cuero, llena de pegatinas de colores que su abuelo le dejó como herencia. Pega la oreja esperando escuchar un leve latido.
Espera y espera, cruzando los dedos, deseando que todavía esté vivo. Casi ha dejado de escuchar todo lo demás. Los pájaros que se inclinan hacia el cristal de la ventana, el ruido de algún que otro coche perdido en la calle cercana, los perros del patio. Se centra en escuchar dentro de la maleta mientras pasa la mañana, el mediodía y la tarde.
Cuando ya está todo oscuro se levanta tembloroso y se frota las manos. Hace frío, piensa. Acaricia la cerradura de la maleta pero no la abre. No debe. Luego la baja al jardín, con cuidado, como si todavía en la maleta hubiera algo vivo.
El niño de ojos vivaces encuentra pronto una pala en el cobertizo y empieza a cavar. Arrastra la maleta hasta el agujero cuando ha terminado y luego vuelve a taparlo todo.
Cada noche baja al jardín
Cada noche pega su oreja a la tierra y escucha.
Todavía tiene esperanza.
Hoy, por fin, ha escuchado el latido.
Espera y espera, cruzando los dedos, deseando que todavía esté vivo. Casi ha dejado de escuchar todo lo demás. Los pájaros que se inclinan hacia el cristal de la ventana, el ruido de algún que otro coche perdido en la calle cercana, los perros del patio. Se centra en escuchar dentro de la maleta mientras pasa la mañana, el mediodía y la tarde.
Cuando ya está todo oscuro se levanta tembloroso y se frota las manos. Hace frío, piensa. Acaricia la cerradura de la maleta pero no la abre. No debe. Luego la baja al jardín, con cuidado, como si todavía en la maleta hubiera algo vivo.
El niño de ojos vivaces encuentra pronto una pala en el cobertizo y empieza a cavar. Arrastra la maleta hasta el agujero cuando ha terminado y luego vuelve a taparlo todo.
Cada noche baja al jardín
Cada noche pega su oreja a la tierra y escucha.
Todavía tiene esperanza.
Hoy, por fin, ha escuchado el latido.